Monday, December 31, 2007

Último día del año...

Faltan cuatro horas para que termine 2007 y a estas alturas más que recuentos tengo preguntas y sólo preguntas.

¿Dónde estaremos cada uno de nosotros en unos 365 días?
¿Qué cosas buenas habrá para recordar?
¿Estaremos los mismos, seremos más, faltará alguien?

Y no sé por qué tengo en la cabeza....
¿Se va a morir Fidel Castro?

En fin, la lista se extiende hasta el límite de las tonterías de nochevieja... Finalmente lo mejor que puedo hacer es olvidar esta gripa que no me deja en paz, salir a brindar y decir salud cuando suene la cuenta regresiva para que inicie ese otro conteo, el que inevitablemente nos llevará a ese futuro esperado...

Paz y buena vibra

Saturday, December 29, 2007

Post 103 y Alemania

Hace poco más de un año que empecé a escribir en este blog y ni cuenta me di del post #100, que si bien no significa nada ps es al menos la prueba de que uno ha publicado un alto número de cosas en esta paginita de blogger. Éste es precisamente el post 103 y desde entonces me han sucedido tantas cosas que resultaría demasiado aburrido y tardado enumerarlas, aunque ¿a quién no le cambia la vida en un año? Éste es también mi primer post desde la nueva computadora, mi amada mac que compré en Orlando por ahí de marzo de 2006 sufrió un infarto fulminante y murió lentamente. Desde entonces secuestré la computadora de Daniela y utilicé otras muchas en la escuela y cafés internet, afortunadamente antier compré una nueva mac, ahora sí con garantía extendida de tres años. En fin, realmente no sé por qué esribo sobre esto cuando hay tantas cosas qué contar últimamente, desde la graduación en el día más frío del año y un viaje express a Alemania...

Mientras tanto aquí unas fotos de Munich y Berlín..

El mercado de navidad en Munich

El Friedrichstr iluminado

Thursday, December 20, 2007

Un encuentro

"Estoy aqui, contigo, y no puedo creerlo", me dijo, y yo tampoco lo creía, porque esa precisa noche los pasillos de la Cooperative de Stirchley tenían algo de irreal. Mientras buscábamos una baguette y unas cervezas para la cena, sentía como si el supermercado estuviera vacío, y sólo camináramos por sus pasilos ella y yo, platicando otra vez como si no hubieran pasado mas de 400 días desde la última vez que la vi, en un aeropuerto. Ahora entiendo que en efecto, estabamos solos, porque a esa hora de la noche no importaba nada más que hablar y ver, porque ella estaba aquí, en esta realidad tan distante de lo que conocí a su lado. Había imaginado muchas veces como sería cuando nos volviéramos a ver, sobre todo desde que supe que ella vendría. Hay encuentros que se dan muchas veces en la imaginación antes que en la vida real, sin embargo esta vez fue mejor que cualquier supuesto: mas nítido, e intenso, aún cuando apenas teniamos dos horas de vernos. Supongo que para ella también todo era distinto a como lo habia pensado. Y así seguimos, deambulando entre anaqueles de latas, pizzas congeadas, chocolates y cervezas, saboreando un momento que perdurará para siempre en nuestra memoria. Porque esa visita al supermercado estaba escribiéndose en nuestra historia. Salimos a la noche nuevamente, afuera estaba Birmingham y su invierno, tomé a mi mamá del brazo y cruzamos la calle platicando con a certeza de que el tiempo, la distancia y las dificultades a veces son tan cortas o tan largas como la simple fila de un supermercado.

Tuesday, December 04, 2007

Adiós, América!

Primero es azul, después se torna amarillo claro y luego cambia a un gris tormentoso. En una hora el cielo tiene todos los tonos de las estaciones. Con el viento es igual, de una tranquila brisa que recuerda al verano, de pronto todo vuela y el frío cala hasta los huesos, cuando el gris acecha, el viento silba y la lluvia nos golpea la cara. Y ante semejantes cambios, el paisaje de Bristol se transforma, de ser una veraniega ciudad europea con terrazas y ventanas victorianas, en minutos se convierte en una nostálgica red de callejones lluviosos, donde el mejor lugar para buscar refugio es un pub. Así se puede escapar del clima miserable (palabra usada comúnmente por los ingleses para describir el estado del tiempo en su país) y el ambiente cambia por el delicioso aroma de la sidra caliente y de la siempre reconfortante sensación de una pinta de cerveza. Y que mejor, si a esta rápida visita al sur de Inglaterra se le suman dos buenos amigos, Steven y Renee, de Oregon, que en dos semanas regresarán a quejarse del injusto sistema social norteamericano. En fin, la plática, la cerveza y la compañía son amenizadas por una banda de jazz, después por el tradicional Sunday roast (asado del domingo) y finalmente por una despedida más. Aún cuando uno se acostumbra a despedir amigos a los que no se sabe cuando volverá a ver, decir adiós a un buen amigo es difícil. Ahora es la noche, hemos recorrido un poco de la ciudad, probado suficiente cerveza y hablado apenas lo suficiente para que cuando llega el taxi que nos llevará a la estación de autobús, nos demos un buen abrazo y deseemos buena suerte. Así en segundos el gringo queda atrás, con su ciudad que alberga todas las estaciones en un día, con su próxima boda en febrero, con su amor a México y con la promesa de volvernos a encontrar, en algún lugar de ese futuro que apenas comienza a existir.

Saturday, November 24, 2007

Invierno...


Creo que el invierno no es aún oficial, pero desde hace unas semanas aquí la vida ha cambiado, el frío es ahora el principal tema de conversación en las mañanas y la para salir a la calle hay que prepararse no sólo con bufanda, suéter y abrigo, sino también con el suficiente coraje para abandonar el calor de las casas... Ahora los días duran menos, a las 4 de la tarde está oscuro y una lluvia melancólica y helada suele caer en cualquier momento. A unos el frío los deprime, yo prefiero pensar como mi amigo Horia que afirmaba que no hay nada mejor que una bocanada de aire gélido para sentir como la vida te llena los pulmones. A veces, después de muchos días grises, la mañana nos sorprende con un cielo completamente azul, sin un rastro de nubes. Esos días quizá son treguas para recordar, que finalmente detrás de todos los nubarrones, siempre habrá un diáfano azul.

Monday, November 19, 2007

Office cultural shocks

Es cierto que desde nuestra cálida sociedad latinoamericana solemos juzgar a los europeos como personas “frías” debido en su mayor parte al carácter individualista de sus sociedades, en comparación con nuestras comunitarias raíces, sin embargo desde que llegué aquí había tenido la idea que nuestros prejuicios eran hasta cierto punto exagerados. La mayoría de mis amigos ingleses ciertamente restringen sus expresiones afectivas, pero aún así logré descubrir en ellos las mismas pasiones humanas que nos mueven al otro lado del mar: el amor, la amistad, los lazos familiares, el ánimo de fiesta…

En el nuevo trabajo de oficina mis tres compañeros, Christine, Steven y Gordon, han sido amables, colaboradores y hasta cierto punto, amistosos. A pesar de sus evidentes limitaciones para el proceso de socialización, repiten rituales oficinescos como ofrecer café a todos siempre que van a la cocinita, o llegar a atrevimientos como preguntar si uno tuvo un buen fin de semana. Sin embargo algo no concordaba en ese ambiente de relativa fraternidad de equipo. Desde el primer día noté que de las 80 personas que trabajamos en el piso que maneja la distribución de Cadbury, nadie, de verdad, nadie se saluda con un semejante que habite a más de tres escritorios, es decir, uno conoce a sus compañeros obligados, pero más allá todo es tiniebla. Y es que ciertamente los rituales a los que estaba acostumbrado, como el saludo a todos en la mañana o la comida compartida aquí simplemente no existen. Por las mañanas cada quién a su escritorio y su computadora, a la hora del lunch la gran mayoría saca metódicamente un sándwich o molde de ensalada y lo engulle en el más aislado de los silencios. Algunos leen las noticias, otros simplemente mastican mecánicamente y una vez que han terminado vuelven al teclado o al teléfono. Incluso en el comedor, que está dedicado principalmente al personal operativo (los verdaderos oompa loompas), es demasiado común ver a una persona por mesa, comiendo sin compartir siquiera un suspiro. Quizá la falta de socialización sea directamente proporcional a la eficiencia: a las cuatro de la tarde todo el mundo sale en desbandada, nada que ver con las agónicas horas nocturnas en las oficinas mexicanas. Aún así, sigue sin convencerme el estilo y sí, vivo una especie de shock cultural oficinesco, porque finalmente en mi breve historia laboral he hecho grandes amigos y conocido gente cuyo simple recuerdo me evoca una sonrisa. Mi mamá, por ejemplo, sigue reuniéndose con sus amigas de Coca-cola, bastantes años después de haber dejado esa empresa. Esa eficiencia que sacrifica la delicia de la convivencia –así sea en un oficina- será uno de los hábitos quizá positivos que dejaré de lado. Cada mañana saludo a cuanto oficinista se atraviesa en mi camino, aunque tenga que pasar un buen tiempo deletreándole mi nombre, o en caso desesperado mostrando mi credencial para cuando los vea un día después, si no un saludo, esbocen al menos un intento de sonrisa.

Monday, November 12, 2007

Después de días de trabajos forzados en los eventos de la socialité brumi, recibí una llamada en la gélida mañana del jueves pasado. Una oferta de empleo para Cadbury World, la más famosa fábrica de chocolates de esta ciudad, cuyos dueños donaron los terrenos de la universidad con el voraz apetito chocolatero de Europa. El trabajo no tiene una gran responsabilidad, pero al menos me aleja temporalmente de cargar las charolitas con todos los platos del mundo y de estar parado durante 11 horas poniendo cara de servicio al cliente. Hoy por la mañana, aún molido por el trabajo de todo el fin de semana desperté a las 8.15, tragedia nacional, tenía apenas quince minutos para bañarme y salir corriendo al nuevo empleo que me esperaba –afortunadamente –a diez minutos a pie del hogar. Fue inevitable pasar una noche de pesadillas. Volver a una oficina no es el objetivo por el momento, pero a lo que más le temía era a contestar llamadas y enfrentarme al feroz acento de esta región que por momentos suena a una mezcla de francés, alemán e inglés ininteligible. Afortunadamente Cadbury provee suficiente chocolate caliente gratis como para olvidar el frío y las preocupaciones. Estuve en mi primer día de trabajo conociendo las oficinas y a los impersonales y pálidos ejecutivos ingleses. Me quedé con las ganas de entrar a las líneas de producción de los dulces y chocolates, todo me hace suponer que Willy Wonka en persona, con su fiel y explotado séquito de Oompa Loompas se divierten y cantan canciones infantiles mientras nosotros resolvemos las aburridas complicaciones del tráfico logístico en Inglaterra…

Tuesday, October 30, 2007

Día de muertos

Desde hace muchos años el día de los muertos fue la fecha que más me gustaba del año. La fascinación por ese día se inició quizá en un remoto noviembre de mi niñez cuando por primera vez vi a mi abuela regresar del mercado con calaveras de azúcar, pan de muerto, flores, fruta, veladoras y todos los elementos del ritual dedicado a esos parientes que sólo había conocido en las amarillentas fotos del pasado. Una sentencia completó el misticismo que rodeaba a esa mesa llena de comida y calaveras: si tomas algo tienes que rezar un padrenuestro para pedir permiso, porque esta comida es para los difuntos. Recuerdo aún con nitidez el aroma y la luz sobrenatural que envolvía a la ofrenda por las noches, la luz naranja de las veladoras creando un espejismo de reflejos sobre la pared y yo, agazapado junto a un sillón, intrigado por saber si de la oscuridad aparecería algún alma. Me gustaba pensar que los difuntos estaban allí y que eran mis ojos los incapaces de verlos, a ellos que habían hecho la travesía desde la muerte. Ni la navidad, ni los regalos, ni las vacaciones, ni mi cumpleaños me inspiraban tanta devoción, ni esperé otro día con tan secreto fervor. Alguna vez le pregunté mi abuelo si creía realmente en que alguien nos visitaba ese día. Su respuesta ambigua y sabia llenó todas mis expectativas: no lo sé, pero si regreso y no hay comida esperándome y unas velas me voy a poner muy triste. Y así llegó el día en que mis abuelos dejaron de poner la tan esperada ofrenda, esta vez ellos eran los que visitarían la casa en el amanecer de noviembre. Desde entonces fui yo el encargado de la ofrenda, no quería ni pensar en los regaños que me daría desde el más allá mi abuelo si no recibiera como se debe a tan lejanos visitantes.

La fiesta de la muerte había marcado días memorables en mi vida, tal vez por eso cuando aquel día también significó un final inesperado, me sorprendí reclamándole al destino por lo injusto de mi suerte. Pero era al fin y al cabo la muerte, como la pintamos, alegre y traicionera, riéndose de la vida, terminando con plazos y esperanzas, descomponiendo planes y dejando futuros desahuciados. Porque las promesas, como los vivos, también mueren, y para los que nos quedamos sin ellas no queda sino dedicar una sonrisa al recuerdo de los buenos días y dejar que la luz de una veladora ilumine la memoria de lo que no será más.

Cuando lo que sobra es tiempo...

El desempleo ha representado hasta el momento la oportunidad de entregarme al relajado ensueño del que no se dedica a actividad productiva alguna; de tal manera que, aunado al frío que es apenas un aviso de llegada del invierno, me encuentro durmiendo diez sanas horas al día y esperando. Porque la clave para que el desempleado que sí quiere trabajar no enloquezca radica en la paciencia, en enviar curriculums, cover letters, fotografías, formas, cartas de motivación y formularios sin desesperarse. Por supuesto la paciencia no es cosa fácil, especialmente en los días helados en que la luz del sol apenas se filtra por los densos nubarrones que atraviesan esta isla. Afortunadamente a fuerza de mirar pasar los días desde mi ventana mientras busco empleo he tenido la fortuna de atestiguar momentos de plena belleza, como cuando un hueco de sol hunde su luz entre las pesadas nubes y por arte de viento en cuestión de quince minutos el paisaje cambia del habitual gris inglés a un cielo de azul esplendoroso y nítido. Tal descarga de sol alcanza para iluminar el amarillo del verano y hasta para dibujar atisbos de sonrisas entre los pálidos habitantes de Birmingham.


Sin embargo ha sido por las noches, en mi labor de mesero de fin de semana, que he podido presenciar y vivir otras capas del tejido social inglés. En el ejército de meseros ya he conocido gente de todos los continentes, especialmente gente de color. Es así donde me viene la duda si esta sociedad es genuinamente racista o la comunidad afrocaribeña es la que tiene problemas para adaptarse al ritmo de este país; o es una sutil mezcla de las dos. Pongamos un ejemplo, domingo por la noche: los premios Hafta (adaptación bizarra de los británicos Bafta) y cena con la comunidad del sureste asiático proveniente de India, Bangladesh y Paquistán. Los que cargamos las charolas enloquecemos con la cantidad currys que llevaremos a la mesa, un total de siete terroríficos y extenuantes platos más nan, ensaladas, entrada y postre. Afortunadamente la locura del servicio da espacios para observar y es evidente que la comunidad asiática se ha adaptado a la vida en Inglaterra, son unidos, prósperos, ocupan puestos importantes en las empresas y el gobierno, emprenden negocios, hacen labores de responsabilidad social, envían remesas. Son folclóricos, mezcla entre lo kitsch y lo excéntrico, nacos, dirían los amantes del clasismo, compran a ritmo occidental pero siguen vistiendo saris, se consideran británicos pero escuchan rock paquistaní. Pero se adaptan, resurgen a las dificultades de la emigración mientras las comunidades afrocaribeñas siguen atrás. ¿Racismo, predisposición cultural? Sigo observando la pasarela con modelos en sari y las pantallas gigantes con imágenes de bollywood (cine hindú) con sus escenas llenas de bailarines, cuando llega el momento del café, o del plato fuerte, o no importa, mi compañera estoniana me llama angustiada para ir nuevamente a la cocina y pospondré para otro momento el ritual del observador.

Monday, October 22, 2007

Regreso al capitalismo

Que las becas como llegan terminan, lo sabía. Que la vida de estudiante no dura para siempre, lo supe desde el primer día de clases. Lo que no imaginaba era cómo sería mi retorno al mundo capitalista. Siempre me ha quedado claro que nuestro sistema económico se basa en la explotación del hombre por el hombre, en la acumulación de la riqueza, en la opresión a los que menos tienen. Sin embargo no sospechaba que terminaría formando parte del último eslabón en la larga cadena del comercio. Estábamos allí, Juan y yo, cada quién con una enorme charola en la descomunal cocina del ICC (International Convention Centre) de Birmingham, junto con otros sesenta meseros listos para proveer alimentos a más de mil personas que atendían una fiesta corporativa. Cuando tomé el empleo juré que la palabra mesero se limitaba al uso de una charola mínima y que el mayor esfuerzo implicaría a llevar un plato de pollo asado o unas copas de vino a una mesa: fatal error. Mientras esperábamos en la tremenda fila con la charola atiborrada de platos comencé a entender las dimensiones de lo que vendría: siete horas de pie llevando y trayendo alteros de botellas, torres de platos, cubiertos y montones de copas, esquivando a las hordas de borrachos que amenazan con el desastre a cada paso. Por supuesto que era apenas el principio. La cocina rugía con el calor y los gritos de quince chefs abriendo y cerrando puertas de hornos, decorando platillos, sirviendo sopas y gritándose unos a los otros. Al otro lado de la barra un ejército de meseros aguardábamos una señal para salir en tropel y regarnos entre las noventa y tantas mesas del foro. La homogeneidad del regimiento meseril fue lo que más me sorprendió, un setenta por ciento era gente de color, todos jóvenes, todos excluidos del sistema educativo, muchos de ellos dedicados exclusivamente a esta actividad, el resto éramos estudiantes o ex-estudiantes de la universidad, migrantes polacos y uno o dos ingleses que estaban ahí por necesidad. En la fila se podía escuchar el inglés con acentos de Jamaica, Sudáfrica y otras ex-colonias inglesas, también se escuchaba el polaco y cuando pasé frente a los lavaplatos un peruano inmigrante ilegal me saludó; a lo largo de la noche encuentro gente de Etiopía, China, Lituania y Tunisia. El tercer mundo en pleno, sirviendo a la próspera sociedad inglesa. Siete horas después y tras haber hecho decenas de viajes con las charolas llenas de todo lo que se puede encontrar en una centena de mesas, salimos a la noche helada, literalmente molidos con sólo ganas de dormir y descansar hasta el siguiente día en que probablemente nos esperaría una soba igual.

Saturday, October 13, 2007

El mundo en fotos...

En la helada primavera de 2007 comencé a tomar fotos de mis amigos, maestros y de toda la gente del Departamento de Desarrollo Internacional en la Universidad de Birmingham. Finalmente era la mejor oportunidad para fotografiar gente de todos los continentes, edades, culturas, colores e idiomas. Durante semanas los fotografié en un jardín detrás del salón de té. Para romper el hielo y el nerviosismo de muchos de ellos les pedí que hablaran del futuro, de su sueños. Así llenaron casi un cuaderno con aspiraciones que van desde tener familias felices y poder graduarse hasta ser cantante (mi amiga Damola es cantante en Nigeria) o simplemente conocer Venecia. Las 81 fotos tomadas fueron subidas a un blog por Harmeet, amigo de Dehli y la persona con la sonrisa más sincera que he conocido jamás. El blog está en la siguiente dirección:

Aquí algunas fotos completas

Harmeet Singh. Nueva Delhi, India

Michelle Youdeowei. Londres, Reino Unido


Aisha Muhammed. Abuja, Nigeria


Stephen Allen. Portland, Estados Unidos.


Tamara Alexander. Ltyentye Apurte, Australia.

Tuesday, October 09, 2007

¿Cómo se llega al futuro?

Así fue como todo terminó. El lunes 1 de octubre imprimí a tesis, la llevé a empastar, tuve que protegerla de la lluvia horizontal de estas tierras y para cumplir con los paralelismos del tiempo la entregué exactamente un año después del lejano primer día de clases. La siempre sonriente Jo, recepcionista de la escuela, recibió las dos copias el CD y ya. Terminé la maestría. Saliendo de allí me esperaba el futuro...

La pregunta ahora era: ¿Dónde diablos está el futuro?

Afortunadamente no he llegado a la edad o al estado mental en que la falta de una respuesta semejante provoque pánico personal. Realmente no importa; el futuro está
allí, esperando y la falta de certeza respecto al momento y las circunstancias de su llegada sólo le dan más emoción a estos días en los que debo dedicarme a buscarlo o más bien a crearlo. Finalmente prefiero no saber qué diablos estaré haciendo o desde dónde escribiré el próximo 2 de octubre.

Saturday, October 06, 2007

Más de la revolución del azafrán

Myath Thu, un amigo de Burma exiliado en Tailandia me ha enviado estos links de blogs que se escriben desde la clandestinidad en Rangoon, las fotos de algunos son sencillamente atroces, pero parece no haber otra manera de denunciar lo que allí pasa. La mayoría están en burmés o birmano, y el último en inglés, pero las imágenes hablan por sí solas.

http://niknayman.blogspot.com/

http://soneseayar.blogspot.com/

http://www.ko-htike.blogspot.com/

http://seinkhalote.blogspot.com/

Saturday, September 29, 2007

La revolución de las túnicas



Desde hace un buen tiempo creo que los métodos tradicionales para hacer una revuelta social se han vuelto imprácticos. Dados los tremendos mecanismos de manipulación y control con el que nuestro sistema social apacigua a las mentes que no tienden a cuestionarse demasiado, es necesario crear nuevas vías para transmitir el mensaje de una injusticia o una necesidad urgente. Y el término creatividad no tiene nada que ver con la supuesta resistencia creativa que en México se aferra a los nostágicos fancines que no lee nadie, a los campamentos callejeros, a las manifestaciones y todas las prácticas de los nostálgicos de los sesentas. En fin, escribo esto porque el conflicto en Myanmar (Birmania o Burma) se ha convertido el centro de interés y porque en Tailandia conocí a mucha gente de ese país que escapó de la tiranía de uno de los regímenes más represivos del mundo. En Myanmar sólo el 2% de la población tiene acceso a internet, por ejemplo y el uso de teléfonos celulares está restringido por el ministerio de comunicaciones. Acceder ilegalmente a medios de información puede llevar a una condena de 20 años de cárcel. Como en cualquier dictadura, el régimen militar de Burma tiene terror a que el mundo se entere de los horrores que allí suceden. Desafortunadamente para los generales, los huecos de información han permitido saber lo que pasa en Rangún, la capital en los últimos días.

Desde hace dos semanas, monjes budistas de diversos monasterios salieron a las calles a protestar contra el aumento de 500% al precio de la gasolina. En respuesta, el régimen "socialista" birmano reprimió y golpeó a los agitadores armados con túnicas y sandalias. Los monjes salieron de nuevo a las calles y diariamente se fueron uniendo ciudadanos comunes y corrientes que están hartos de la miseria que contrasta la opulenta vida de los líderes militares. En abierto desafío al régimen durante cinco días se concentraron manifestantes en Rangún y en las principales ciudades de Burma. Los monjes caminaron en silencio frente a la casa de Aung San Suu Kyi, premio nóbel de la paz y arrestada en su domicilio desde hace 10 años por el régimen. El jueves la junta militar reaccionó y oficialmente han muerto 9 personas, el ejérito ha rodeado los monasterios, impuesto el toque de queda y prohibido reuniones de más de cinco personas. Por supuesto que el número de muertos es mayor. Por ahora no hay información clara sobre qué sucede, si las manifestaciones continúan o si el terror ha funcionado.
Mientras tanto, los blogs, emails y videos de la red de youtube se convirtieron en la principal fuente de información sobre las protestas. Muchos reporteros fueron expulsados así que el periodismo ciudadano se encargó de difundir la represión. En cuestión de días redes de correo, videos y hasta facebook sirvieron para comunicar la revolución que encabezaban las túnicas y las sandalias. Aquí unos videos.


Video tomado con un celular en una de las principales calles de Rangún.

En contraste, otro video subido a la red denuncia la opulencia de los militares que gobiernan a uno de los países más pobres del mundo. Esta es la boda de la hija de
Than Shwe, uno de los tres generales que encabezan la junta militar.


Monday, September 24, 2007

Cuatro fotos, un recuerdo


Siempre me ha intrigado el futuro y sus implicaciones. Desde niño solía hacer pronósticos a largo plazo en las fechas importantes. Hace un año vine al Reino Unido y lo primero que me vino a la mente al llegar al número 77 de Lottie Road para instalarme fue la pregunta ¿cómo será este año? Una puerta que no conocía de mí se volvió la silenciosa compañera durante este tiempo que sin duda me ha dado las experiencias más intensas de la vida. Hubo días buenos y otros no tanto; afortunadamente puedo decir que sobraron los primeros. Este fue mi hogar durante un año. Me iba a poner de nostálgico, pero ahora entiendo que lo único que extrañaré con ahínco será el enorme roble que ya no se deshojará en este otoño frente a mi ventana…




Monday, September 17, 2007

Nuestro doloroso tercer mundo

El viernes 7 de septiembre mi amiga Rachel Jackson, que trabaja como intern para una ONG en Freetown, Sierra Leona, envió un correo que sólo pude calificar como un ejemplo de lo doloroso que puede ser nuestro tercer mundo. Rachel vive cerca de un terreno poblado por unas cien casas de cartón y madera, donde la gente se ve obligada a cocinar con leña o generadores de keroseno. Cerca de las 9 de la noche del jueves una mujer que cocinaba en uno de estos generadores tropezó o cometió un error con una de sus mangueras, provocando una explosión. En cuestión de minutos decenas de casas comenzaron a incendiarse. Entre la locura de la gente que corría para salvar sus pertenencias y a los suyos mi amiga Rachel encontró a la mujer del accidente en el suelo, con quemaduras que habían hecho desaparecer el color negro de su piel, desnuda y semi inconsciente. A su lado estaba su hijo, Bassay, con las piernas quemadas también, yaciendo en el suelo entre el espanto del dolor y la psicosis de la tragedia. Tomaron un taxi hasta el hospital más cercano a 45 minutos. Cuando llegaron tuvieron que esperar tres horas hasta que alguien los pudiera ayudar. Los heridos eran tantos que fue imposible lavar el instrumental, si entre ellos había un enfermo de sida, la tragedia sería doble. Rachel narra en su correo la impotencia, la lentitud y la indiferencia con que el tercer mundo se trata a sí mismo, cómo en el desesperado trayecto del taxi se encontró con una comitiva de Mercedes Benz blindados donde viajaban a salvo, los funcionarios del gobierno local. Cada uno de esos coches vale lo mismo que un pequeño hospital. Finalmente nacida en Inglaterra, Rachel se lamenta: “en el lugar de donde vengo esto nunca hubiera pasado”, tristemente es cierto.

El viernes 14 de septiembre, en otro continente y otra ciudad –México, mi mamá regresaba del banco con el dinero de la nómina de nuestro negocio familiar. Cuando iba a bajarse del carro dos hombres abrieron las puertas del coche, sometieron en el suelo a su acompañante y le apuntaron en la cabeza a mi mamá. “Dame la bolsa o te vas” le advirtió el asaltante. Absurda y valientemente ella se negó a entregar el trabajo de todas las personas que trabajan con ella, el hombre la aventó contra el carro, le arrebató la bolsa y salió corriendo. Mientras todo esto pasaba uno de los trabajadores se dio cuenta del robo y alertó a los demás, pronto los ladrones eran perseguidos por varios obreros y comenzaron a disparar. A uno de ellos le dieron tres veces, en el estómago y los brazos. En el paroxismo del absurdo y la buena fortuna las balas fueron de salva por lo que no hay una vida que lamentar.

Ninguna de las dos tragedias tiene punto de comparación; las dos, desde la perspectiva de sus realidades denotan el amargo mundo al que tristemente estamos acostumbrados. En México nadie fue a dar al hospital, pero una empresa que se mantiene en pie contra viento y marea ahora debe afrontar esto. ¿Cuántos empleos se perderán por la violencia? ¿Cuanta gente seguirá llegando a su casa sin sueldo por la inseguridad? Las dos tragedias se pudieron prevenir, las dos no existirían si la sociedad y sus responsables tuvieran una organización eficiente. Sin embargo, la terrible coincidencia entre las dos realidades es la indiferencia y la estupidez de los que controlan el poder, en el remoto Freetown los reconciliadores de la guerra civil que ahora saquean a su gobierno; en México los partidos, sus políticos imbéciles y su incapacidad para entender las prioridades del país. Por supuesto que me duele y me quejo, porque en el lugar en que ahora vivo, eso no pasa, o las estructuras mismas de la sociedad lo evitan en la medida de lo posible. Finalmente desde aquí sólo me queda la indignación y la solidaridad con lo que en este momento ya están superando una más de nuestras comunes adversidades.

Tuesday, September 04, 2007

Breve historia de una dissertation

He pasado el último mes enredado, feliz, confundido, iluminado, radiante y deprimido tratando de escribir con claridad y de acuerdo a los estándares académicos ingleses lo que vi en Tailandia. Así que después de tantos días buscando fuentes, escuchando entrevistas y revisando el material colectado no me queda sino escribir un poco del tema de una tesis que por el momento se titula "Cámaras para el desarrollo: fotografía participativa y su impacto en el bienestar psicológico, de empoderamiento y voz, entre las víctimas del tsunami asiático". Título largo y enredado, así que diré algo más acerca del tema:

InSIGHT OUT! es un proyecto de desarrollo alternativo que
da talleres de fotografía a niños de comunidades afectadas por la pobreza en la provincia de Phang-Nga, Tailandia. En esta zona además del tsunami se padece la tradicional desigualdad económica de tercer mundo, un incipiente conflicto étnico entre musulmanes y budistas, y la incontenible migración de burmeses que escapan del régimen represor de su país. Nada más. A través de la fotografía los niños pueden expresar la ansiedad generada en una zona que navega entre la tensión social y la represión. Las fotos no sólo sirven para divertir, sino para aprender a mirar el mundo de otra forma, analizar los problemas de las comunidades, entender dónde están las historias. En los talleres conviven niños de todos los orígenes, allí nadie es juzgado por su religión o su pasaporte, los lazos de amistad más genuinos y las bases de la tolerancia para el futuro surgen de la convivencia entre pequeños fotógrafos. La calidad de los talleres ha sido extraordinaria, las fotos han llegado a medios locales y mundiales incluyendo BBC y CNN. Win Maw, una niña de 11 años, burmesa, logró el primer lugar en el concurso de fotografía de National Geographic Asia. El sólo hecho de ver sus fotos impresas y colgadas a la vista de la comunidad incrementa la confianza en un potencial que se muestra a través de imágenes. Se puede seguir escribiendo, yo llevo 7,000 palabras y seguiré, pero nada describe mejor lo que allí sucede que las imágenes de los propios niños, que demuestran (aludiendo a una bella cita de Paulo Freire) que ni la pobreza, ni los conflictos, ni la exclusión son suficientes para terminar con la esperanza en un mundo en el que sea más fácil amar .



Todos las fotos fueron tomadas por niños entre los 9 y los 13 años.


Fotógrafo: Watcharin Tansakul


Fotógrafo:Yusnidar

Fotógrafo:Eka

Fotógrafo: Mellysa

Fotógrafo:Myo Min Naing

Fotógrafo: Nita Fitriani

Fotógrafo:Prinya Varak

Fotógrafo: Win Win Maw (Foto ganadora de National Geographic Asia)

Monday, August 27, 2007

Días decisivos...

¿Por qué será que llegan esas semanas decisivas en la vida? A partir del próximo viernes se definirá el nuevo destino donde habitar. Las opciones por el momento son Bangkok e Inglaterra, pero podría ser México nuevamente. Además en pocos días debo mudarme a una nueva casa, terminar la tesis y encontrar empleo... Definitivamente la vida de estudiante sólo puede llenarnos de vibras positivas, en otras circunstancias estaría quizá tremendamente agobiado, sintiendo no lo duro sino lo tupido. Frente a la tempestad: calma. El relajamiento de estos días ha creado mi la más sincera empatía con las amas de casa mundiales, a las que admiro como nunca en mi historia. Ahora que Daniela trabaja y paso largos periodos de soledad en la tranquilidad del hogar tratando de desentrañar mis ideas sobre el desarrollo, entiendo que no hay como el desesperado silencio de una casa por la mañana para desequilibrar a la más firme salud mental. Ante semejante quietud y entre mis recurrentes crisis de inspiración he desarrollado rápidamente manías de ama-de-casa como acomodar compulsivamente los trastes que se secan en el fregadero, revisar la limpieza de la cocina o (nunca lo imaginé) acomodar la ropa en sus respectivos cajones. Claro, buena parte de mis nuevas manías surgen en periodos en que escapo literalmente de la computadora y me encuentro sin nada qué hacer. Si semejantes extravagancias surgieron en un mes, me solidarizo con las amas de casa que pasan horas interminables en la estoica espera del silencio, ahora más que nunca entiendo la obsesión por el orden y la limpieza y la cruzada contra la ropa sucia o sin planchar. Afortunadamente para mí este ligero desorden mental se curará rápidamente en cuanto tenga un empleo y pueda evitar cualquier actividad doméstica bajo la excusa del cansancio. Los días decisivos están por llegar y pronto, estaré escribiendo si los próximos boletos son de aviones asiáticos o de un simple autobús a otro barrio de esta ciudad.

Tuesday, August 21, 2007

Home tasty home

Viajar es, por lo menos en mi opinión, lo más cercano a lo mejor de la vida. Hace algún tiempo en una escala en el aeropuerto de Houston, mientras mirábamos a los soldados norteamericanos que seguramente regresaban de medio oriente (era evidente que habían sido heridos) mi compañera de asiento -una newyorker de 82 años- me dijo algo así como “es una lástima que vayan tan lejos para cometer asesinatos, cuando viajar es una de la cosas que nos vuelve más civilizados…”. Sin embargo también es cierta la sabiduría de mi madre en cuanto a que no hay nada como la delicia de regresar. Por supuesto, volver a casa implica en primer lugar la egocéntrica actividad de “narrar” a los demás las experiencias en lugares que no conocer. Pero más allá del ego viajero regresar implica reencontrarnos con nuestros sentidos, el tacto de una cama, el sonido de una voz conocida, el aroma a casa, pero sobre todo el sabor de la comida. Tailandia posee una gastronomía del tamaño de su historia. Durante un mes me deleité con sus ingredientes tan ajenos a los sabores conocidos. Es complicado describir una cocina de tanta variedad, sin embargo es obvio mencionar al arroz hervido como acompañante de cualquier platillo; las ensaladas de “papaya” (que no llevan papaya por supuesto) sino frijol germinado, lechuga, y chile verde picado; los noodles que son la pasta de oriente, hechos de harina de arroz y acompañados con carne o bolitas de pescado; la carne de cerdo frita que tanto recuerda a las carnitas; y toda clase de mariscos, camarones, ostiones, pulpo. También fui invitado a probar comida burmesa, china, árabe y claro, a pesar de cierta repugnancia probé gusanos de coco fritos y chapulines; me ofrecieron comer un grillo que tenía el mismo tamaño que mi celular, pero fue demasiado y amablemente seguí con la delicia de los gusanos de coco. Oriente es distinto incluso a la hora de sentarse a la mesa. Cuando se está en un restaurante tailandés no existe el concepto de posesión; ningún plato tiene “mi pescado” o “mis insectos”, la comida se pone en el centro de la mesa y cada quién comparte lo que pidió con los demás invitados. Obviamente es distinta la cultura de comer en la calle. Si en México pueden impresionar la cantidad de puestos callejeros, en Tailandia la venta de comida en la banqueta es una cultura, un deporte, un sello de identidad. Realmente se encuentran pocas calles sin un vendedor de noodles, de brochetas de pollo al carbón, o sin un carrito que ofrezca plátanos fritos o fruta fresca. Desafortunadamente tuve que pagar las consecuencias del riesgo: un plato de noodles en plena banqueta de Bangkok me dejó un día entero recluido en el hotel por una tremenda infección en el estómago, no más detalles. Todo se disfruta, pero realmente nada hay como regresar y probar las benditas enchiladas de mole que me esperaban en el número 77 de Lottie Road, en Birmingham después de casi veinte horas de viaje. Y claro, una semana después fue Manchester en un viaje-pub-crawl ampliamente reseñado por Juan, Iván y Daniela. Y apenas el fin de semana fue Birmingham donde ni el clima espantoso, ni la cruda, ni el cansancio nos hicieron desistir de la delicia de unos chilaquiles.










Monday, August 13, 2007

Dejando Bangkok

Mientras hacía fila para la verificación de pasaportes en el Suvarnabhumi International Airport no pude evitar sentir la evocación de la nostalgia, Tailandia había terminado y su gente me había llegado al corazón, así de simple. Detrás de mí un grupo de mochileros ingleses (cuatro hombres y una mujer) daban consuelo a dos de sus compañeros que, llorando a lágrima viva, llamaban la atención de todos los que estábamos en la fila. Pocas veces se ve tanta expresión entre las flemáticas personalidades inglesas. Lloraban con sentimiento vivo, con genuina tristeza y los demás nos sentíamos entre curiosos y apenados de mirar su desolación desde la indiferencia de la fila. La causa de aquel llanto esperaba junto al mostrador de una aerolínea, dos tailandesas adolescentes decían adiós a los ingleses que las miraban con el desamparo con que terminan los más funestos amores de verano. Desafortunadamente lo interesante de la escena radicó en su anormalidad. Basta caminar por cualquier zona turística de Bangkok para encontrar occidentales mayores de cuarenta años con tailandesas que no deben pasar de los veintidós y que en muchos casos son menores de edad. En la llamada ciudad de los ángeles, el demonio de la explotación sexual y el tráfico de personas es tan común que ha terminado por volverse invisible, en un silencio cómplice.

Ante la magnitud de la demanda, Bangkok ofrece tres grandes zonas de tolerancia. La más antigua y famosa es Soi (calle) Cowboy, que se inició como un centro de diversión para los soldados norteamericanos que peleaban en la guerra de Vietnam. Soi Cowboy no es más que un corredor de bares y clubes de desnudismo, sin embargo sólo he caminado por ahí de día, así que desconozco las dimensiones de su población nocturna. Silom Soi es la segunda estación de los turistas sexuales, extrañamente en esta calle se da una extraña combinación del comercio informal, la piratería y la prostitución. El mercado nocturno de Silom ocupa el centro de la calle, en él se puede encontrar relojes, ropa y todos los objetos de consumo que encontramos en cualquier tianguis mexicano. Las banquetas están libres, en los costados la música, las luces y la oscuridad de los locales delata otro ambiente, en la puerta de bares y restaurantes adolescentes en bikini tratan de llevar al interior a cualquier turista solitario. Basta detenerse en algún puesto que mire a la banqueta para observar el interior de estos lugares, sus pasarelas con más de cuarenta mujeres en los más absurdos vestuarios, bikinis, mini-uniformes de colegiala, vestiditos de enfermera y todo el repertorio de la imaginación sexual. Sin embargo no es aconsejable entrar, los bajos precios del alcohol son recuperados con la tarifa de “Salida” que puede oscilar entre los 20 y los 30 dólares. Sin embargo es Nana Plaza la zona que me deja impresionado. Ubicada en el barrio de Sukhumvit, este lugar de tolerancia alberga a unas 3,000 prostitutas de acuerdo a un amigo periodista. La plaza consiste en un edificio de cinco pisos con forma de herradura. En la planta baja hay bares llenos de chicas que acuden a platicar con todo aquel que pida una cerveza, su comunicación consiste en un inglés básico y el insinuante lenguaje de sus manos que abrazan, acarician y atraen a los clientes con del delicado tacto oriental. Si el visitante quiere algo más que plática, debe pagar la salida de la chica, unos 20 dólares y negociar, por una cantidad similar, el precio del amor. Pero Nana Plaza va mucho más allá, en los locales de los pisos superiores hay shows de travestismo, nudismo, globos, burbujas y todo tipo de desviaciones hasta llegar al quinto piso donde sin simulación se promocionan espectáculos de zoofilia: mujeres teniendo sexo con monos o perros.

Durante varias noches a la hora de la cena me toca compartir mesa con los veteranos del amor que se compra. Un noruego repite una frase que leí en Lonely Planet, “no vine a Bangkok por los templos”, después me cuenta que en una semana ha estado con ocho chicas y que viene de Filipinas, donde el sexo es más barato. Sin embargo me hace una confesión extraña, se ha enamorado de una filipina y piensa regresar por ella para casarse en diciembre. En Tailandia se da un fenómeno similar, quizá sea que el poder de la soledad se impone a la necesidad del comercio, un romántico diría que la fuerza del amor siempre superará al dinero, porque es común ver parejas de hombre occidental y mujer tailandesa en las numerosas oficinas de trámites para matrimonios con extranjeros. Quizá todo se explique porque incluso dentro de las naturalezas más inmundas y cosificadas existe un espacio para crear lazos y sentimientos humanos.

Mi pasaporte es revisado y avanzo por un amplio pasillo de cristales hacia el avión que veinte horas después aterrizará en Londres, entonces mis sentimientos de turista nostálgico afloran. Tailandia y su gente, su dolor, sus extravagancias, su sordidez, su cultura, el misticismo de sus templos, la santidad de sus mojes. Al final de todo las sonrisas y el gran corazón de su gente. A lo lejos los pesados nubarrones del monzón avanzan con lentitud de elefante hacia Bangkok, ciudad de ángeles donde también pueden encontrarse pasadizos que conducen directamente al corazón de las tinieblas.


Abajo, fotos del último día en Ayuthaya.







Sunday, August 05, 2007

Los caminos imposibles


Finalmente después de recorrer templos y templos compro mi boleto hacia Pai, una de las últimas poblaciones que aparecen el mapa del norte de Tailandia. El camión indicaba Tercera Clase, pero nada me hizo sospechar lo que vendría. Una vez Daniela y yo tomamos un camión en tercera clase de Oaxaca a Puchutla y cuando por fin pudimos bajar juramos nunca más intentarlo. El camión al que me subí hace ver a los guajoloteros oaxaqueños como un servicio de primera en British Airways. Básicamente había cuatro inconvenientes:
  • El espacio entre asientos estaba planeado para niños de kinder, por lo que tuve que sentarme entre el asiento y la “nada” del pasillo.
  • No está previsto que los pasajeros de tercera clase viajen con equipaje, por lo tanto las mochilas o maletas deben ir o sobre las propias personas o en el pasillo donde serán aplastadas por los demás.
  • El chofer tiene la ferviente convicción de que donde deberíamos caber 20 cabíamos 32, así que una señora que no alcanzó asiento no tuvo más opción que sentarse sobre mi pie derecho durante las 8 horas que duró el viaje.
  • Como el aire acondicionado es un lujo vedado a los que viajan con bajo presupuesto la ventilación fue sustituida por un aerodinámico agujero en el pasillo del autobús. Desafortunadamente dicho agujero también representaba una desventaja ya que el pie de un pasajero podía caer directamente a la carretera y con la consecuente pérdida de la extremidad.

Afortunadamente las ocho horas transcurrieron. Largas, exasperantes, sudorosas, incómodas y ciertamente dolorosas pero lo logramos. En Pai prácticamente sólo hay algunos hostales, un bar de hippies y un 7-eleven. Al día siguiente me levanté temprano para llegar al campo de refugiados de Phangmaphea. Previamente había contactado al dueño de un negocio de motocicletas que prometió llevarme a una comunidad china llamada Mae Paeng donde debería buscar a un tal Mr. Jang que habría de llevarme a su vez al campod e refugiados a unos 80 km al norte. El monzón se hizo presente desde la noche, así que cuando llegué con el de las motocicletas me dijo que no podría llevarme, que el camino estaba demasiado lodoso, que esperara o caminara los 10 km que separan a Pai de Mo Paeng. Busqué otras opciones son el mismo resultado, o caminaba o caminaba. Diez kilómetros no son demasiado, hay lodo, cierto, pero seguramente podría lograrlo en una hora, pensé. Nunca me había equivocado tan profundamente en cuestiones geográficas. Los diez kilómetros me tomaron cuatro horas de caminata entre la lluvia, el fango, cientos de ranitas y sapos que invadieron el camino y los dedos de los pies con el aspecto de haber visitado un tratamiento de barro en un spa. Eran las 12:30 del día cuando llegué Mo Paeng, aún llovía y como pude pregunté por Mr. Jang. Su casa era la más alta en el cerro de la comunidad, pero ya estaba cerca y una subida más no representaba ningún reto. Toqué la puerta de su casa que afortunadamente tenía un letrero de FAO (Agencia de Naciones Unidas para la Agricultura) y después de media hora salió una mujer para explicarme que Mr. Jang estaba en la cercana comunidad de Mae Hong Son, que probablemente aceptaría llevarme a pesar de la lluvia pero para llegar habría que caminar 15 kilómetros más porque el camino estaba literalmente “intransitable”. En ese momento me di cuenta que no llegaría al campo de refugiados ni a ningún otro lugar. Supongo que la mujer vio un poco la desolación con que le dije “¿15 kilómetros más?” porque amablemente se ofreció a regresarme a Pai por la tarde si escampaba, necesitaba llevar a sus hijo al doctor y no me cobraría el transporte. Le tomé la palabra por sentido común y horas después recorrí de regreso aquel lodazal a bordo de una 4x4 que apenas pudo superar los caminos imposibles del monzón. Nos tomó cuarenta minutos. Regresé empapado y exhausto. Al día siguiente debía estar en Bangkok, esta vez la experiencia se impuso, regresé a Chiang Mai en una Van Express y en vez de un tren tomé nuevamente el riesgo de volar en los viejísimos aviones de las líneas aéreas tailandesas de bajo costo.









Tuesday, July 31, 2007

El camino del norte

Tengo cuatro días de libertad así que compro un ticket de segunda clase en un vagón dormitorio para el tren a Chiang Mai, en el noroeste de Tailandia. Esa misma noche salimos puntuales a las 9:20 de la noche y me ha tocado la suerte de dormir en la litera alta y junto a una ventana en ese vagón dormitorio donde habremos unas 40 personas, la mayoría thais y algunos mochileros que duermen celosamente abrazados de sus pertenencias siguiendo la paranoia preventiva del lonely planet. Desafortunadamente mis expectativas de comodidad no se cumplen: las diez horas de viaje parecen cuarenta, apenas puedo dormir y cuando llegamos sigo sintiendo el vaivén del tren en lo más profundo del equilibrio por varias horas.

Chiang Mai se encuentra en el corazón del Asia budista, cerca de la zona llamada el ‘triángulo dorado’, que es el punto donde intersectan las fronteras de Burma, Tailandia y Laos. La posición de esta zona la hace estratégica para el negocio de las drogas provenientes de Asia central, para el tráfico de mujeres que se unirán al colosal negocio de la prostitución en Tailandia y para los refugiados e inmigrantes que escapan de la opresión y la miseria de los regímenes militares de los vecinos tailandeses. Mi meta es llegar hasta el remoto campo de refugiados de Phangmaphea, que alberga unas 6,000 personas que esperan asilo político desde hace casi una década. El plan original es utilizar Chiang Mai sólo como ciudad de paso, pero cuando leo acerca de sus 300 templos budistas y su ferviente entrega a la religión decido pasar allí la noche. A la mañana siguiente inicio el recorrido por los lugares de la fe, después de ocho horas de caminar literalmente como perro apenas he visitado unas treinta wats o templos y el hambre y el cansancio comienzan a alejarme de mis ambiciones de haber visitado al menos cincuenta templos en un día. Estoy en Wat Suan Dok cuando un monje de edad avanzada me llama y entre palabras en tai, señas y la obsesiva repetición de la palabra “Chaaá” me lleva del brazo hasta una mesita afuera del templo, donde otro monje mucho más joven mira pasar la tarde. El monje joven me explica que ese templo tiene un programa llamado “Monk Chat” (plática con el monje, en inglés), donde los visitantes pueden platicar con un monje acerca de budismo, cultura tailandesa y al mismo tiempo ayudar al orador a practicar su inglés. Así que de nuevo estoy en una entrevista, esta vez totalmente inesperada y algo comprometida. Su nombre es Saduik, tiene 23 años y estudia teología en la universidad de Chiang Mai, ha sido monje desde los siete y terminará en uno más. Le pregunto sobre su vida cotidiana: levantarse a las cinco de la mañana, meditar, salir a buscar comida que la gente les obsequia para el desayuno, ir a la escuela, regresar a las cinco de la tarde para la cena, después dos horas libres para ver televisión, platicar con otros monjes, leer el periódico o meditar, a las siete de la noche. Saduik puede ver a su familia una vez ala año y cuando termine la universidad puede renunciar al templo y hacer una vida “normal” (hijos, empleo, etc.), sin embargo a mi pregunta de qué decidirá al respecto responde que seguirá siendo monje, que quiere dar clases y escribir un libro sobre teología y la visión budista del mundo. Tiene una expresión tímida y sencilla, m mira nerviosamente cuando le pregunto si puedo tomarle una foto pero de su voz siempre emana una energía positiva y una sonrisa permanente. Al final me pregunta si soy feliz y antes de que pueda responder con un monosílabo me dice “esa es una pregunta para ti mismo, no me la tienes que contestar a mí… no es fácil, ¿verdad?”. Le tomo una foto al monje mayor, el que me llevó casi por la fuerza a la entrevista y me despido de estos hombres cuyo desprendimiento material sólo les permite poseer sus sonrisas y su amor por la comprensión de la vida.





Thursday, July 26, 2007