Tuesday, July 31, 2007

El camino del norte

Tengo cuatro días de libertad así que compro un ticket de segunda clase en un vagón dormitorio para el tren a Chiang Mai, en el noroeste de Tailandia. Esa misma noche salimos puntuales a las 9:20 de la noche y me ha tocado la suerte de dormir en la litera alta y junto a una ventana en ese vagón dormitorio donde habremos unas 40 personas, la mayoría thais y algunos mochileros que duermen celosamente abrazados de sus pertenencias siguiendo la paranoia preventiva del lonely planet. Desafortunadamente mis expectativas de comodidad no se cumplen: las diez horas de viaje parecen cuarenta, apenas puedo dormir y cuando llegamos sigo sintiendo el vaivén del tren en lo más profundo del equilibrio por varias horas.

Chiang Mai se encuentra en el corazón del Asia budista, cerca de la zona llamada el ‘triángulo dorado’, que es el punto donde intersectan las fronteras de Burma, Tailandia y Laos. La posición de esta zona la hace estratégica para el negocio de las drogas provenientes de Asia central, para el tráfico de mujeres que se unirán al colosal negocio de la prostitución en Tailandia y para los refugiados e inmigrantes que escapan de la opresión y la miseria de los regímenes militares de los vecinos tailandeses. Mi meta es llegar hasta el remoto campo de refugiados de Phangmaphea, que alberga unas 6,000 personas que esperan asilo político desde hace casi una década. El plan original es utilizar Chiang Mai sólo como ciudad de paso, pero cuando leo acerca de sus 300 templos budistas y su ferviente entrega a la religión decido pasar allí la noche. A la mañana siguiente inicio el recorrido por los lugares de la fe, después de ocho horas de caminar literalmente como perro apenas he visitado unas treinta wats o templos y el hambre y el cansancio comienzan a alejarme de mis ambiciones de haber visitado al menos cincuenta templos en un día. Estoy en Wat Suan Dok cuando un monje de edad avanzada me llama y entre palabras en tai, señas y la obsesiva repetición de la palabra “Chaaá” me lleva del brazo hasta una mesita afuera del templo, donde otro monje mucho más joven mira pasar la tarde. El monje joven me explica que ese templo tiene un programa llamado “Monk Chat” (plática con el monje, en inglés), donde los visitantes pueden platicar con un monje acerca de budismo, cultura tailandesa y al mismo tiempo ayudar al orador a practicar su inglés. Así que de nuevo estoy en una entrevista, esta vez totalmente inesperada y algo comprometida. Su nombre es Saduik, tiene 23 años y estudia teología en la universidad de Chiang Mai, ha sido monje desde los siete y terminará en uno más. Le pregunto sobre su vida cotidiana: levantarse a las cinco de la mañana, meditar, salir a buscar comida que la gente les obsequia para el desayuno, ir a la escuela, regresar a las cinco de la tarde para la cena, después dos horas libres para ver televisión, platicar con otros monjes, leer el periódico o meditar, a las siete de la noche. Saduik puede ver a su familia una vez ala año y cuando termine la universidad puede renunciar al templo y hacer una vida “normal” (hijos, empleo, etc.), sin embargo a mi pregunta de qué decidirá al respecto responde que seguirá siendo monje, que quiere dar clases y escribir un libro sobre teología y la visión budista del mundo. Tiene una expresión tímida y sencilla, m mira nerviosamente cuando le pregunto si puedo tomarle una foto pero de su voz siempre emana una energía positiva y una sonrisa permanente. Al final me pregunta si soy feliz y antes de que pueda responder con un monosílabo me dice “esa es una pregunta para ti mismo, no me la tienes que contestar a mí… no es fácil, ¿verdad?”. Le tomo una foto al monje mayor, el que me llevó casi por la fuerza a la entrevista y me despido de estos hombres cuyo desprendimiento material sólo les permite poseer sus sonrisas y su amor por la comprensión de la vida.





Thursday, July 26, 2007

El cielo en llamas de Phuket






El rostro de la opresión


Un día después de dos encuentros incómodos con la policía tailandesa salgo con Htung Htung, trabajador social de GHRE a repartir información sobre los recursos legales en caso de un inmigrante sea detenido, pero sobre todo a recaudar datos sobre las acciones del gobierno contra los migrantes burmeses. Así que no me queda tiempo para pensar en los riesgos de una motoneta en la autopista Phuket-Krabi y salimos a recorrer todos los lugares escondidos al turismo y a la opinión pública de este lugar. Uno a uno penetramos en los cinturones de miseria que se ocultan tras las monumentales obras de los nuevos Resorts. Disimulados entre el verde de la maleza, detrás de bodegas, escondidos después de los tiraderos de las obras, encontramos grupos de casuchas de aluminio y tablas donde las familias de los trabajadores burmeses de la construcción viven en una clandestinidad indómita: sin agua, luz o cualquier servicio básico que podamos imaginar.

Cada vez que detenemos la moto salen diez o quince mujeres –es de mañana y los hombres estan trabajando- asi que Htun Htun empieza a preguntar en burmés y después me traduce entre señas y un inglés apenas descifrable las humillaciones a que están sometidos los que cometen el delito de migrar a Tailandia ilegalmente. Apuntamos cuántas mujeres, cuántos niños, hombres, personas enfermas. Preguntamos cuántas veces ha venido la policía, nos dicen que cada vez que alguien es detenido pierde aproximadamente dos semanas de sueldo (unos 20 dólares americanos). Nos enseñan sus fuentes de agua, sus botiquines de primeros auxilios, su angustia por tener un niño enfermo y no poder ir al hospital por el miedo a encontrar un policía, a ser requeridos de una identificación, de un documento que los acredite como mereedores de un servicio elemental. Así encontramos 7 barriadas, unas mil cincuenta personas tan sólo en una zona del tamaño de Polanco, y la situación continúa igual o peor al norte, donde el auge del turismo hace necesaria la mano de obra barata, explotable, atemorizable.

Ya casi en la noche, en la última barriada que visitamos nos avisan que un trabajador ha sido golpeado por no traer dinero suficiente para cubrir la “mordida” de su liberación. Así que regresamos por Bob, médico americano del American Jewish Service (Servicio Judío Norteamericano) y ahora me toca la odisea de manejar una camioneta que tiene el volante del lado derecho (como en Inglaterra) por los 10 kilómetros de autopista que nos separan de la oficina. Afortunadamente no es nada grave, una herida de 6cm en el pómulo derecho, tuvo suerte, un poco más arriba pondría en grave riesgo el ojo. Mientras los doctores atienden al aún tembloroso paciente sus sobrinos observan la curación y nuestra visita con la ávida curiosidad de todos los niños de diez años. Son niños todavía y ya saben del temor, de ser un clandestino, de su origen que los diferencia y los segrega, por culpa de su nacionalidad, de ser hijos de esos padres que trabajan 10 horas al día por la mitad de un sueldo regular tailandés no tendrán derecho a salir a la calle sin la zozobra de ser extorsionados, golpeados o deportados. ¿Cuanto faltará para que su mirada infantil cambie por ese rostro triste, miedoso, humillado de la opresión?Al salir nos piden que veamos a otro enfermo. Esta vez el panorama no es alentador. Un hombre de unos treinta años yace en la oscuridad del hirviente cuarto de láminas. Lo han llevado al hospital pero le negaron la atención, ha perdido 10 kilos en los últimos tres meses. Sólo está débil y su rostro se ve profundamente cansado, demacrado, con esa mirada que delata un cuerpo que pierde las ganas de vivir. Bob lo interroga y lo revisa: síntomas, historial, peso, presión, ritmo cardiaco. Al final le dice que vaya mañana mismo a la oficina, necesita una prueba urgente de VIH. La sola mención de la palabra SIDA crea un silencio que sólo se rompe por los mosquitos que penetran las rendijas del techo. Afuera los cinco hijos y la esposa del paciente esperan. Sólo me queda desear con todas mis fuerzas que a su drama de miseria no se agregue el drama de una enfermedad incurable, contagiosa y mortal.

Ahora, ¿qué es lo indignante y doloroso de esta miseria si podríamos argumentar que existe en muchas partes del tercer mundo? Lo cruel de esta pobreza es que se basa en la explotación. En la zona de Phang-Nga no hay escasez de agua, hay una excelente cobertura eléctrica, la población Thai de bajos recursos tiene acceso a servicios de salud y educación. Sencillamente esta pobreza indigna porque está planeada, porque desde el gobierno militar se ha decidido privar a los inmigrantes de toda herramienta que les permita vivir sin temor, porque no los quieren educados ni organizados. Los inmigrantes aquí sólo sirven para aceptar sueldos ridículos a cambio de jornadas de trabajo de 10 horas diarias. Esa es la gravedad de su miseria, ése es el dolor de los que sufren porque un sistema social se coordina para oprimir con el engranaje de la fuerza a los que en su mirada reflejan el rostro de una opresión que no cesa en tierra propia o extranjera
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Wednesday, July 25, 2007

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Iba a escribir un post sobre lo que me paso ayer... pero ya debo irme al aeropuerto de Chiang Mai, donde seguro me dara la paranoia aerea y de pronto aqui, en esta esquina del mundo alguien puso a The Cure y tras el cristal quedo Asia y dentro de este cafe internet solo se escucharon las estrofas del I miss you, I miss you, I miss you so much...

Asi que se me fueron las ideas. Porque aunque viajar es lo mas bello la vida, no hay nada como volver al hogar y tu eres mi hogar... Y solo quiero verte.

TA

Monday, July 23, 2007

Una escuela para los excluídos

Las leyes absurdas contra la inmigración prohíben en Tailandia dar educación a los hijos de inmigrantes ilegales. GHRE ofrece una opción para cientos de niños que de otra manera no tendrian ninguna opción mas allá de la miseria y la explotación.







Friday, July 20, 2007

La noche con los migrantes

Salgo de la oficina de GHRE (Organización de derechos humanos y salud por sus siglas en inglés) cuando Myat Thu me llama al celular. Él y la banda de Burma que trabaja en GHRE me han invitado a cenar en la oficina de InSIGHT OUT, que también les sirve de casa y llama para preguntarme si bebo cerveza o algo más fuerte. Por supuesto que me da pena decir cerveza o ron, o lo que sea, porque sé que no aceptarán que pague por lo que compren, su amabilidad resulta en un decreto que debe aceptar el invitado. Camino los 10 minutos que separan la oficina de su casa temporal. Apenas llego, su condición de inmigrantes ilegales es más que evidente, son cinco hombres jóvenes, todas sus pertenencias: colchonetas, ropa, ahorros, están listos para desaparecer ante la más mínima amenaza de redada policial. Todos duermen en el piso y después de las 11 de la noche se prohíbe cualquier ruido que pudiera llevar a los vecinos a denunciarlos. Comemos en el piso también, alrededor de una mesita con seis platitos diferentes con mínimas raciones de pescado frito, pierna de cerdo, ensalada picante, una montaña de arroz hervido, otra de arroz dulce, y un guisado de cerdo que se parece tremendamente a las “mantequitas” que venden en los puestos de las añoradas carnitas mexicanas. En el centro una botella de Whisky, hielo y agua mineral. Cada quien se sirve una cucharada de guisado y todo el arroz posible para acompañar, como es de esperarse, nuevamente enfrento su amabilidad extrema que pretende que yo me sirva raciones tres veces más grandes, dejando vacíos los diminutos platos; finalmente logro negarme y tener una repartición equitativa de comida.

Hablamos de las complicaciones de la clandestinidad, de la policía –esa misma tarde estuve a punto de ser llevado a la cárcel de Phuket por fotografiar una redada antiinmigrante en un mercado de Phang-Nga–, de los mexicanos en Estados Unidos, de la discriminación, de la ley marcial que absurdamente prohíbe a los de Burma salir de sus casa después de la 7:30 de la noche bajo amenaza de deportación. Desafortunadamente no tengo más poder que el de mis opiniones y la indignación a un sistema que explota y reprime los que salen de su país por una de las más antiguas esperanzas que mueven al ser humano: la de vivir en un lugar mejor. Todos son casi de mi edad, entre 22 y 28 años, todos estudiaron al menos un año de universidad en la universidad de Rangoon, capital de Burma, todos escaparon de un absurdo y cruel sistema militar que aún en estos momentos no permite a sus ciudadanos el libre acceso a internet. Ante ellos todas mis preocupaciones económicas palidecen. Uno de los fotógrafos que colaboran con InSIGHT OUT me dijo en una entrevista que lo más importante que entendió fue la pequeñez de sus problemas al lado de futuros tan inciertos como el de los niños inmigrantes.

Terminamos la botella y la comida. Me despido y ante la pregunta de cuándo volveré no tengo respuesta. Como ellos yo también vengo de un mundo de oportunidades limitadas y grandes injusticias, pero a donde quiero volver. Así que me despido de todos con un abrazo de amistad genuina y sincera. La casa de los migrantes queda rápidamente atrás. No sé si nos volveremos a ver, pero como otros, he entendido la mínima dimensión de mis problemas y la increíble capacidad del ser humano para hermanarse con aquellos que unos días antes eran absolutos desconocidos. En el camino a mi casa el sonido de la vida es abrumador. Definitivamente Asia se escucha diferente, alguna vez escuché el rumor de la selva yucateca, la vegetación veracruzana, la noche de los insectos en Tabasco. En Asia hay otra música, otra fauna donde grillos y sapos de tamaños perturbadores cantan a una tierra en la que aún habitan tigres y elefantes. Antes de dormir miro mi noche absolutamente despejada, a unas casas de allí, en otro silencio, un escenario nocturno es radicalmente distinto, allí la incertidumbre de la realidad debe mezclarse con las nostalgias por un nombre tan evocador como Rangoon y la esperanza por un mundo mejor pervive en las fuerzas diarias para soportar, para luchar contra lo que no es justo, para mirar con buenos ojos, su noche como migrantes.

Wednesday, July 18, 2007

De la paz y las cámaras digitales


¿Qué diablos tiene la fotografía que tanto nos apasiona? Lo aceptemos o no todos hemos sentido emoción al tomar una foto, pudo haber sido en una detestable fiesta de cumpleaños, con alguien a quién no veremos más, un viaje, una vista que sólo nosotros entendimos. ¿Por qué nos gusta la fotografía? Porque nos permite decir algo, una mirada, una voz que únicamente nosotros pudimos entender, no importa que la foto sea fallida, el momento queda grabado más allá de la gelatina o el sensor digital, va directamente al invaluable archivo de nuestros recuerdo. Milan Kundera, autor de una de las mejores historias de amores y traición que he leído –La insoportable levedad del ser- escribió: La memoria no guarda videos, guarda fotografías. ¿Pero qué diablos tiene todo esto que ver conmigo enmedio de un grupo de niños marginados, en este rincón del mundo, armados con cámaras digitales?

Pues bien, hace dos años un par de fotógrafos japoneses que cubrían las dos tragedias de Aceh, Indonesia –una larga guerra civil y el tsunami de 2004- compraron cámaras análogas (con película tradicional) y las usaron como terapia para aminorar el estrés en los niños que apenas habían vivido en carne propia la espantosa destrucción de un mar desbocado. La misma técnica ha sido usada desde hace años alrededor del mundo, desde mujeres que padecieron el horror de la contraguerrilla en Guatemala, pacientes terminales en Tampa, Florida, o adolescentes en riesgo de caer en problemas de adicción en el Bronx neoyorkino. Yumi y Masaru Goto (chequen su website
www.masarugoto.com) comenzaron a tener resultados extraordinarios, ambos daban talleres de composición y fotoperiodismo los fines de semana y los niños se encargaban de capturar sus historias después. Eran finales de 2004 y la atención del mundo se centraba en la peor tragedia natural en el mundo moderno. Entonces apareció Jeanne Hallacy, una extraordinaria fotorreportera experta en temas de Sudasia, ella se encargó de conseguir patrocinios y ampliar el proyecto al sur de Tailandia, específicamente en Phang-Ga, donde miles de niños perdieron familiares, casas, amigos o quedaron severamente traumados por la tragedia. En el primer año el proyecto reclutó fotógrafos profesionales de agencias como AP, Reuters, Sigma. Los resultados fueron increíbles, la foto de una migrante burmesa de 13 años ganó un concurso en National Geographic y muchas de las imágenes aparecieron en diarios de todo el mundo. Un año después la situación es más complicada, la tragedia ha quedado atrás pero no las ganas de ayudar a los niños. Los fotógrafos internacionales se fueron, sólo queda Jeanne y el talento de los fotógrafos Thais. Los problemas de los niños son ahora la represión contra los migrantes burmeses que viven en condiciones de miseria absoluta, problemas étnicos entre los Thai budistas y los Thai musulmanes, niños Moken (una comunidad nómada del mar) que ahora enfrentan los vicios del sedentarismo. El fin de semana pasado estuve presente en uno de los talleres, podría hablar mucho, seré breve, la maravilla de una cámara habla por sí sola:

Era sábado y era la mañana. Yo me hallaba en la parte trasera del camión rodeado de 18 rapaces de entre 9 y 14 años que gritaban cosas e3n Thai, me preguntaban mi nombre en inglés y me llamaban Pharang! (el equivalente al "gringo" mexicano). Aek, el director de foto iba al frente junto con los entrenadores, cuatro migrantes burmeses, todos con 24 años en promedio. Llegamos a la locación, un evento del gobierno para entregar casas a los afectados que aún viven en campamentos. El estilo recuerda cualquier detestable evento priísta, comida gratis, música, autobuses repletos, aplausos y mantas de apoyo a los políticos. Dejamos el camión, los niños reciben su cámara, memoria y pilas. Aek explica que es una práctica de retrato, todos con autorización, foco en el rostro y absolutamente necesario hablar con el sujeto para hacerlo sentir natural. Después de dividirnos entre los entrenadores Thung Thung, Pa Pa, Myat Thu y Aung Soe, soy testigo de la fotografía siendo tomada con la mayor de las seriedades por rapaces que preguntan a los demás, a sus imágenes y a sí mismos, cómo diablos funciona este mundo en que vivimos. No puedo afirmar aún que este programa tendrá un impacto significativo en el desarrollo social de Phang-Ga, pero si sé que estos niños aprendieron a confiar en sí mismos, a entender que son capaces de expresar esa mirada que los hace únicos, a hacerse preguntas sobre el ambiente que los rodea, a mirar el mundo con el ojo crítico de la cámara y sobre todo: a trabajar en conjunto con sus iguales, sin importar si sus padres son budistas o musulmanes, sin preguntar si tienen permiso de trabajo, sin miradas irrespetuosas por su origen. Quizá todo es como me dice Yutaka, director de una ONG pro derechos humanos: esto no es acerca de fotografía, es sólo acerca de paz, simplemente paz...

Abajo las imágenes.

En el camion con los rapaces

La reparticion de las camaras

Revision del equipo

La opinion de Aek

El vendedor de arroz dulce


Thung Thung dando catedra

Revisando el material


Los resultados


Fotografa cansada

Todas las fotos en MIS FOTOS


Monday, July 16, 2007

En busca del desarrollo...

Un avión más y de nuevo mi paranoia, esta vez más justificada, el nombre de la aerolínea (One, Two, Fly...) y el tipo de avión me hace pensar que estas máquinas han estado volando por años al más bajo costo de mantenimiento. Dejamos el Don Muang Airport de Bangkok con un despegue tembloroso y me pongo a contar la hora que resta para tocar nuevamente el suelo. Sorprendentemente todo resulta más amable que en mis pesadillas: sí hubieron turbulencias, sí nos asustamos todos, pero pudo ser peor. Phuket, el paraíso turistico-tropical del sur de Tailandia luce impresionante desde que el avión comienza a descender. Grupos de islas plenas de vegetación rodean la extension de una playa azul. Aunque el cielo está nublado basta salir a la calle para sentir la maravilla de 34 grados con un porcentaje de humedad que no imagino.

He viajado con Pim –corrdinadora financiera de InSIGHT OUT-, su hija Prim de 16 y dos amigas de la misma edad. Eak, esposo de Prim y responsable artístico nos alcanzará por la noche junto con Yutaka, que es el hombre enlace entre el proyecto y las organizaciones locales que permiten el trabajo con los niños y la expansión a otras comunidades. La única que habla inglés es Pim, así que me siento como una polaca que se quejaba de los hispanohablantes mientras viajábamos por Portugal... Aunque Pim trata de hablar conmigo, rápidamente cae de nuevo en la facilidad del Thai. Claro que me siento aislado, pero me rehúso a refugiarme en mis pensamientos, en mi libro o en el silencio, así que les pido que me enseñen Thai. De ahi que ya domine 8 frases básicas:

Saa Wat Di Kup ---- Hola!
Pom Chree Gustavo ---- Me llamo Gustavo
Chre a rai? ----- Como te llamas?
Pom ma jak Mexico ----- Vengo de Mexico
Kawp Khun Kup ---- Muchas gracias
Taw rai kup? ----- Cuanto es?
Kor thai roop dai mai kup? ----- Le puedo tomar una foto?
Mar --- Perro

Pim, como todos los Thais que conozco es extremadamente amable y piensa –al igual que mi mamá–, que debo comer todo el tiempo. Así que saliendo del aeropuerto vamos por nuestro segundo desayuno del día en una fondita de Phuket. Esa es la maravilla de viajar con locales, una comida corrida que incluye ensalada picante, caldo de res, guisado de camarones agridulces y la bebida más dulce que he probado con hielo cuesta unos 40 bath: 13 pesos. Con mas energía nos dirigimos a la primer escuela, una comunidad islámica donde Pim arregla los detalles para que los niños tengan entrenamiento en dos semanas. Salimos de allí y tomamos el camino de Phang-ga pero antes de eso sugieren que comamos nuevamente, la causa, a un lado tenemos el mejor lugar de mariscos del sur... Algo me alarma al estar viajando con las únicas personas con sobrepeso en el país de los delgados, esta vez comemos camarones, curry, un pescado frito exquisito y arroz.

Dejamos el territorio de los grandes hoteles, bares turistas y nos adentramos en Phang-ga, una de las zonas arrasadas por el tsunami hace dos tres años. Desafortunadamente los problemas no se limitan a la tragedia. La zona vive un estado de fragmentación social cuyas expresiones de violencia han cobrado la vida a unas 2,500 personas (oficialmente) en el último año. Las comunidades musulmanas estan vigiladas por el ejército Thai, que busca gente relacionada con los grupos separatistas del sur, que piden respeto a su cultura y rechazan la imposición del idioma y la doctrina oficial (el budismo). Los trabajadores ilegales provenientes de Burma (Myanmar) viven con el temor de las redadas que significan deportación y en un absurdo intento por frenar la migración los que sí portan permiso de trabajo tienen prohibido además de las licencias de tráfico (como los mexicanos en un país del norte) comprar teléfonos celulares, vivir en casas con más de 5 personas y el más humillante de los absurdos: desde hace un mes hay ley marcial para los burmeses. Cualquiera que salga después de las 7:30 de la noche puede ser detenido por la policía o los militares. Definitivamente se nota el estilo del gobierno militar... Para complementar el entonrno, los Moken (gitanos del mar), grupos de nómadas marinos provenientes del norte de Vietnam, han sido forzados por el gobierno a establecerse en las casas donadas por los organismos internacionales, terminando su milenaria vida viajera... El resultado, violencia familiar, altos grados de alcoholismo, miseria y desempleo...

Con el estómago feliz por la comida de mar, llegamos a la oficina de GHRE (Grassroots human rights and education) desde donde Yutaka intenta coordinar los esfuerzos desordenados de todas las agencias que pretenden ayudar con la volátil situación del lugar. La oficina es tierra de Pharangs (el equivalente a gringo en Thai), dos médicos de Arizona, un alemán retirado y aburrido, una australiana que enseña inglés... ¿Eso será el desarrollo, llegar a dictar lo que se debe hacer y rescatar a los desposeídos? Salgo con muchas preguntas, no dudo de las buenas intenciones, pero ¿dónde están los resultados? Mañana veré el trabajo de InSIGHT OUT, asi que mientras tanto guardaré mi escepticismo...

Thursday, July 12, 2007

Los lugares de Sidharta...



















Todos los rostros de Bangkok

A pesar de ser considerado como un lugar rendido al turista salvaje del primer mundo, Bangkok sigue conservando esa desordenada mezcla de originalidad, belleza exótica y caos, que dan identidad a muchas ciudades del tercer mundo. En especial la ciudad antigua ofrece una increíble combinación de vendedores ambulantes, mercados tradicionales, tráfico imposible y joyas arquitectónicas, como en pocos lugares se puede encontrar. Atravieso el barrio chino rumbo al río Chao Phraya cuando una voz de lluvia nos obliga a refugiarnos bajo las lonas de los puestos: es el monzón del fértil sudeste asiático.

Cuando la lluvia pasa me adentro en ese rostro del Bangkok antiguo, el de todos los que no fueron alcanzados por las “virtudes” de la globalización. Aquí la ciudad habla de su dolorosa desigualdad a través de los que sobreviven en la economía informal, de los miles que duermen en la calle entre el calor atroz y las cucarachas más grandes que he visto jamás. Sigo caminando rumbo al monumento a la democracia –monumento que debe avergonzar a la junta militar que gobierna desde enero al país– y de entre el caos encuentro el silencio de un templo budista. En su interior desaparecen los gritos, el smog, el zumbido incesante del trafico, aquí se refugian los que no pierden la esperanza que da la fe; descalzos –es una ofensa usar zapatos en el templo– muchos meditan, ofrecen inciensos, fruta, agua, a la benevolente escultura de Sidharta. Después de detenerme en varios templos me enfilo hacia el taxi acuático que me llevara al skytrain, en una ultima parada cruzo el laberíntico mercado de Maharaj. A cielo abierto cientos de puestos de comida confirman que para Bangkok comer en la calle mas que una necesidad es una cultura: brochetas de pollo al carbón, patos asados, noodles, cangrejo, platanitos dorados, ensaladas de lechuga, huevo cocido y carne de cerdo, pescado frito… Son casi las 6 de la tarde y muchos de los que caminan junto a mi llevan una porción de comida en bolsitas transparentes de plástico que disfrutaran en el camino.

Al llegar al tren elevado se descubre otro rostro, el del moderno tigre asiático que se empeña en competir en el mercado de la mano de obra barata. La prosperidad de los 90s es evidente en la parte nueva de la ciudad: desde el vagón se divisan enormes malls con espectaculares de Channel, Armani y toda la parafernalia consumista de occidente. En el corredor comercial los edificios de oficinas ostentan orgullosos sus logos demasiado conocidos en la cultura de los mercados emergentes: Procter and Gamble, Starbucks, PriceWaterHouse, Seven Eleven…

Finalmente me bajo en Nana station, en pleno corazon rojo de Sukumvit. A unas cuadras de aquí, dos centros mundiales del comercio sexual –Nana plaza y Soi Cowboy– reclutan, la mayoría de las veces por la fuerza, a niñas desde los trece años para llenar los bares donde el mundo occidental puede negociar el amor por unos 1,000 Bath (unos 40 dólares). La prostitución aquí rebasa cualquier magnitud imaginada, cada una de las miles de mujeres que deben venderse para sobrevivir representan la dolorosa herida de semejante desigualdad social. La mayoría proceden de los barrios pobres de la ciudad, de las provincias del norte o de Burma y Laos. Muchas son engañadas y cuando se encuentran aquí es demasiado tarde para escapar de los métodos atroces utilizados por las mafias que trafican con humanos: violencia física, psicológica y drogas.

Ya en la puerta del Suk 11, mi hotel, dos backpapers que acaba de llegar de Alemania se disponen a disfrutar del exotismo de la ciudad, son una pareja: rastas, tatuaje obligatorio y paliacate en la cabeza. Mientras se alejan me pregunto que Bangkok los recibirá. Aun no he conocido otros rostros de este lugar, como el paraíso de las drogas baratas (heroína proveniente de Asia central y una gran variedad de drogas sintéticas) o el lado saludable de los deportistas extremos. Los alemanes se despiden con gesto amable, afuera les espera uno de todos los rostros de Bangkok: quiza injusto, el que no tiene democracia, el que duele por sus dolorosos contrastes, o los demas... la oferta de este lugar da para todos los gustos y necesidades: tiendas de lujo, sexo, fiesta, cultura milenaria… Mañana seguramente los veré a la hora del desayuno, pero definitivamente, no les preguntaré…

Tuesday, July 10, 2007

La cultura del sudeste

Finalmente llegó el día de la libertad. El sábado no habían entrevistas asi que tome el taxi acuático rumbo al centro de la ciudad. Uno puede bajarse en la parada 7 y adentrarse
inmediatamente en el laberíntico mercado de amuletos, donde se pueden encontrar colguijes para solucionar desde el mal de amores hasta mejorar el sazón… Cualquier parecido con nuestras supersticiones es mera coincidencia. Después de asfixiarme un poco entre el humo de aceite de los puestecitos callejeros, de caminar por entre el trafico imposible, sentir el smog de Bangkok que es mucho peor que el chilango, y de comer unos rollos de primavera increíbles con arroz y camarones; después de todo eso, encontré la puerta del palacio real. Valdría la pena? La entrada no era tan barata, 250 bath, unos 80 pesos. Finalmente había que conocerlo. Lo que uno encuentra allí adentro no tiene descripción, las imágenes hablan por si solas, es masivo, es autentico, un arquitectura exquisita, de un dorado que deslumbra. Todos los edificios pertenecen al complejo del palacio, fueron construidos sucesivamente por los diferentes reyes, son templos y algunos fueron habitados hace muchos, muchos años…