Friday, August 29, 2008

Perdiéndonos el camino

Comencé a escribir este blog para tener alguna forma de comunicación con la gente y el mundo que dejé atrás cuando vine a vivir a Inglaterra. Este mes cumpliré dos años sin haber regresado y con la condición permanente de extranjero en un país en que lo diferente no resulta extraño, más bien es el lugar común. Ser inmigrante en Inglaterra tiene demasiados significados. Caminando por las calles de Londres uno puede encontrar desde yuppies árabes que vienen a gastar un mínimo de la fortuna petrolera, hindús, pakistaníes y bangladeshis cuyas familias fueron víctimas o beneficiarios del sistema colonial, españoles que tratan de aprender inglés, polacos que buscan un futuro para regresar a sus tierras heladas, africanos que escaparon del hambre, o la guerra, o la combinación de todas las desgracias, latinos que quieren evadir la pobreza y todas las nacionalidades imaginables. Todas las mañanas, mientros camino por Brixton Hill para llegar al trabajo me cruzo con idiomas de todos los continentes, todos con historias detrás, con familias que se quedaron lejos, con un montón de sueños y desilusiones porque el primer mundo no es tan incluyente y a veces más racista de lo que debería ser. Y a todo eso no dejo de preguntarme dónde quedo yo. Espero no sonar a crisis existencial, preferiría pensarlo como filosofía de banqueta, porque finalmente las dudas se me terminan cuando llego al trabajo y comienza la pelea para que el comercio justo eche más raíces entre la conciencia del consumo desmedido de este país. Pero vuelvo a dejar las preocupaciones, los reportes, los mails y al caminar de regreso hacia el corazón de este barrio migrante vuelvo a preguntarme si la mía, entre todas estas historias, significa o significará algo. A veces me resulta difícil estar lejos, a veces como este viernes por la noche pesa un poquito más la nostalgia y quisiera que todo pudiera tener una pausa y la lejanía no fuera tan grande como para seguir sin saber nada de mucha gente que me importa. Karla me ecribió hace poco que nos estábamos perdiendo en el camino y es cierto, pero perderse quizá sea la única manera de encontrar algo, o al menos es un método para buscarlo. Entonces entiendo un poco más de mi condición y mientras camino al lado de tantos extranjeros comprendo que ésa, es precisamente mi nueva identidad.

Y todo esto me hizo recordar el cuento más corto de la lengua española (hasta el momento) de Luis Felipe G. Lomelí. Definitivamente una gran historia dentro de tan pocas palabras, léanlo:


El Emigrante

-¿Olvida usted algo?
-Ojalá

Wednesday, August 20, 2008

Las intermitencias de la vida

El sábado pasado estaba en el messenger cuando recibí la noticia de que mi tío-primo Jesús Ugalde, Chuchín, había muerto.

No lo creí ni lo entendí en un primer momento y aún después de varios días mi mente no alcanza a comprender que no volveremos a hablar. Aunque hace un tiempo considerable que dejamos de ser cercanos, hubo una época en que su presencia definió una de las decisiones más importantes que alguien puede tomar: elegir un equipo de fútbol al que le iría para siempre. Su pasión por el Atlante y la mítica visión del estadio Azulgrana desbocádose al ritmo de miles de pies brincando, me ayudaron a entender que a un equipo no se le sigue por sus triunfos, sino por un sentimiento abnegación y resistencia infinita. Y qué mejor ejemplo que las penurias del Atlante para probar esa disposición de un fanático a sufrir. Fuimos varias veces al estadio y seguí al equipo por su descenso la gloria del título en el 92 hasta que la vida misma me alejó del fútbol y sólo me quedó el membrete de atlantista de por vida.


Sé que además de la pasión por el fútbol, Chuchín seguía las corridas de toros, amaba los mambos de Pérez Prado y el Merengue. Pero lo que más le admiré fue su increíble capacidad para platicar y su memoria, que captó todos los detalles de un tiempo en el que yo aún no nacía y pude conocer en parte gracias a su inverosímil memoria de elefante. Poco antes de irme de México nos vimos en una cantina y platicamos por horas de ese pasado fabuloso del que recordaba detalles ínfimos y del presente que siempre parece más complicado. Hace tres semanas me escribió y me dijo que si dejaba su empleo vendría a Inglaterra por seguro.

El sábado, a su cuarenta y tantos años, la vida tuvo una de esas intermitencias que aún no eran necesarias. Él era una de esas personas con las que uno siempre quiere platicar en cualquier evento social, sea el que sea, por eso no me imaginaba cómo sería su velorio. Me dicen que le cantaron sus canciones favoritas, entre ellas “En mi viejo San Juan” y que su féretro llevó la bandera y su camiseta del Atlante. Sé que algunas veces leía este blog, desde donde quiera que esté, ojalá el azul de cielo sea tan nítido como para ver los estadios desde la altura y para que lea estas palabras que no pude decirle.