Tuesday, February 17, 2009

Competencias sobre ruedas

El mundo del ciclismo urbano, que es relativamente nuevo para mí, funciona casi como regla la cortesía y el compañerismo, aún en una ciudad individualista y con prisa permanente como Londres. En este último mes he empezado a conocer a los otros ciclistas que se cruzan por mi camino y ellos a mí, al grado que algunos esbozan un saludo (cosa rara en esta ciudad) cuando nos encontramos en algún semáforo o al pasar fugazmente por nuestra rutas opuestas. Pero también es un hecho que encontrar a un ciclista siguiendo el mismo camino implica una competencia. Entre los ciclistas, como entre los conductores, no hay mejor alimento para el ego como demostrar la superioridad rebasando al prójimo. Cuando empecé a cletear hacia el trabajo era normal que cualquier bicicleta me rebasara: jóvenes, viejos, casi niños en triciclo, mi condición apenas me daba las fuerzas para llegar exhausto a mi destino. Pero la experiencia hizo su obra y ahora es normal que rebase a los lentos, a los principiantes, a los cansados y sólo me lleven la delantera los profesionales que atraviesan Londres en mallitas de colores a bordo de bicicletas de carrera.

Ayer precisamente me ocurrió la más intensa de esas competencias. Acababa de entrar a Brixton Hill, a la altura de Vassal Road; como su nombre lo indica la colina de Brixton es una larga cuesta que se dirige al sur y para mí termina en el trabajo. A lo largo del recorrido se empieza a sentir el clamor multicultural de Brixton, pubs latinos, restaurantes africanos, tiendas hindús, grupos de edificios que dan hogar a miles de migrantes de todos lados del mundo. Estaba pues entrando a esta calle cuando me rebasó una señora. Me fijé en su bicicleta, era el mismo modelo que la mía y su conductora tendría el doble de mi edad, por lo que en lo más hondo de mí surgió el ciclista voraz que se preguntaba cómo era posible que una señora tan grande me rebasara de esa manera. ¿Qué iba a pensar de mí el supuesto público que vio como me pasaba al doble de velocidad? Así que empecé a pedalear con todas mis fuerzas y me lancé en su persecución. La alcancé a la altura del Jamm, un pub en el que por las mañanas se lavan coches, entonces, la señora que quizá ni me había notado, entendió que pretendía dejarla atrás. Al más puro estilo de competencia olímpica dio un vistazo hacia atrás, aceleró el ritmo y se movió hacia el centro del carril para no dejarme pasar. A los lados circulaban los coches normalmente y no podía arriesgarme a morir por una competencia tan absurda, así que seguí detrás de su bicicleta, intentando por momentos abrir un hueco para pasarla. Pero no, ella estaba empeñada en ganar (¿ganar qué?), pedaleaba con fuerza y yo empezaba a sentir la marca del esfuerzo, el corazón se me salía y me dolían las piernas, pero seguía empeñado en rebasarla. Seguimos así por unas ocho cuadras hasta que un semáforo en rojo paró en seco a mi competidora. Lo que ella no sabía, o no consideró, fue que el semáforo de Villa road es sólo para peatones, no hay riesgos si uno se lo pasa. Ella respetó la ley y yo seguí de largo hasta llegar a la imaginaria meta del semáforo en la esquina de la Brixton Academy. Allí me alcanzó, jadeante se detuvo a mi lado y me lanzó una sonrisa mientras yo daba vuelta hacia el estacionamiento de mi trabajo. Mi primer competencia ciclista contra una señora había sido un éxito.

Wednesday, February 04, 2009

Nieve en Londres

Y cuando despertamos la nieve estaba allí. Desde la ventana parecía poca, pero bastó abrir la puerta que da a la calle para sorprendernos con veinte centímetros de hielo acumulados por todas partes, cubriendo los carros, los techos, cualquier superficie a la intemperie había sido víctima de su invasión. Yo, que apenas había visto semejante espectáculo una ve en mi vida, no pude sino caminar con cuidado entre el piso resbaloso y tocarla, sentir ese frío suave entre las manos y desde mi tropical percepción latina volví a sentir que aquello parecía el relleno de un coctel sin lo pegajoso.

Veinte centímetros de nieve bastaron para paralizar a Londres. Los 5000 autobuses que mueven a esta ciudad se quedaron guardados dándole el día libre a los que necesitan un ruta de bus para llegar al trabajo. Tampoco había trenes, tranvías y sólo funcionaban algunas líneas del metro. Daniela, que heroicamente había salido a trabajar, ya estaba de regreso. Ninguna de sus compañeras logró llegar. En la casa, Iván y Karol se preparaban para salir a hacer muñecos de nieve, las escuelas habían suspendido las clases y las carreteras no eran recomendables. Caminé por Dover Street y la poca gente que había salido caminaba con la precaución y el contoneo de los patitos en el suelo. Cerca de la estación de Borough, en un parque, la gente comenzaba a construir castillos, muñecos y a organizar la guerra de bolas de nieve. El ambiente estaba allí, la nieve me esperaba, imploré a los dioses del clima que montañas de hielo obstruyeran el paso de la Northern Line y que la Victoria Line estuviera inundada, sólo así me salvaría del trabajo. A esa misma hora millones imploraban por un milagro similar, cuatro millones fueron complacidos. No sé si mi condición fue la de una petición no cumplida o la de un acto heroico. El metro funcionaba y resignadamente me dejé llevar por el elevador de Borough. Atrás quedaban toneladas de nieve, caminatas al lado del río medio congelado y la diversión pura de no ir al trabajo a causa del clima. Con mi causa no hubo consideraciones, el metro funcionó normalmente, llegué a la oficina y los pocos que lograron transportarse me miraron atónitos “Estaba seguro que no lograrías llegar, te hubieras quedado en casa…” me dijo mi colega Antony mientras miraba más nieve caer al otro lado de la ventana.






Sunday, February 01, 2009