Sunday, May 31, 2009

Un santuario para suicidas

Bechy Head es un imponente acantilado en el sur de Inglaterra, al oeste de Eastbourne, un pueblo idílico para retirados ingleses. Desde hacía semanas mi compañera Emma me había hablado del impresionante paisaje desde el borde de la roca, que en su punto más alto alcanza 162 metros sobre el nivel del mar, dejando a la vista la belleza del océano, un pequeño faro y el vértigo de su pared de piedra blanca, del que sólo se alcanza a ver el borde de una playa acosada por las rocas. Aquel día, después del trayecto por los pueblitos del sur inglés, divisamos por fin Eastbourne. Para llegar al abismo se debe caminar aproximadamente un kilómetro por una colina de pasto natural, empinadísima, hasta que se divisa la parte frontal de la monstruosa pared de roca blanca que los siglos han pulido hasta hacerla parecer de mármol. Además de la altura llama la atención el silencio, que sólo se interrumpe por el impetuoso sonido de las olas y el viento. A lo largo del borde del acantilado pronto aparecen cruces, mensajes, flores, entonces uno puede percibir ese vago sentimiento de olvido, tristeza antigua o recuerdo doloroso que queda en los lugares marcados por la muerte. Porque Beachy Head, además de ser parte del parque nacional de Seven Sisters ha sido elegido por la caprichosa naturaleza humana como un lugar donde se va a morir, de manera voluntaria y con determinación, es decir, un lugar elegido por los suicidas para saltar con vista al océano y terminar con enfermedades, deudas, traiciones y cualquier razón que orille a alguien a terminar con su vida. Aproximadamente veinte personas cada año llegan de visita y no regresan más. En 1985 se alcanzó el triste récord de 70 saltos al vacío, lo que orilló a los grupos de ayuda, las iglesias locales y el council a instalar un teléfono de ayuda, donde el suicida potencial podría pedir consejo y encontrar, en el mejor de los casos, las palabras adecuadas para desistir de una medida radical, de un vuelo de gaviota que sólo se interrumpa con el golpe de las rocas y el mar. Al parecer el teléfono ha caído en desuso y ha sido removido, pero a lo largo de la historia diversos guardianes se han dado a la tarea de recorrer el borde del abismo en búsqueda de suicidas redimibles. Durante nuestro recorrido no encontré ningún salvador de almas perdidas, ni siquiera un letrero, lo que si vi fueron mensajes de los seres queridos o los familiares de los que saltaron, en las cruces, en el suelo, en la valla -que pretende ser un obstáculo con el límite de la nada-, hay oraciones, palabras de consuelo, flores de plástico carcomidas por el viento y la memoria. La semana pasada, el domingo para ser exacto, un pareja devastada por la muerte de su pequeño hijo, decidió saltar, tomados de la mano, abrazando el cadáver de un niño muerto, aquí la noticia de la bbc.

Es inevitable preguntarse qué pasó por la cabeza de aquellos suicidas de los que ahora sólo queda un letrero con un nombre y unas fechas que indican un principio y un fin. ¿Sintieron el terror de una muerte seguramente dolorosa y atormentada o hallaron por fin el descanso en ese vuelo efímero que terminó con el sonido de las rocas y el mar? Imposible saberlo, no podría juzgar sus decisión, al contrario, me pregunto si alguna vez tendría el coraje suficiente para hacer algo semejante, será que me tengo un desmedido amor por la vida, pero si en algún momento tuviera que elegir darle un término, me gustaría, sin dudarlo, hacerlo en ese santuario donde la geografía ha hecho coincidir, en un mismo punto, el misterio de la belleza y la muerte.











Monday, May 18, 2009

Chau, poeta


Fue lo primero que leí de él: Réquiem con tostadas. Fue por azar y por una recomendación, mi hermana Lucy me habló de él y como yo siempre he admirado sus lecturas al día siguiente lo busqué en Internet y quise seguir leyendo más, pero apenas era 1996 o 97 y la red no lo tenía casi todo como ahora. Así llegó a mis manos, o a mis ojos. Pronto encontré su libros de todos los relatos, los que mejor recuerdo: Con y sin nostalgia y La muerte y otras sorpresas. Era un tiempo en que me pasaba todo y todo lo leía compulsivamente, dos o tres libros a la semana, devoraba todo lo que llegara a mis manos, caminaba con un libro bajo el brazo permanentemente, leía en el camión, en el metro, en la cocina, en el baño, en la cama, donde se pudiera. Compré su Inventario I en la librería parroquial y lo tenía entre las manos la mañana tropical de junio en que conocí a mi padre biológico en Culiacán, yo tenía 18 años. Recuerdo que me preguntó ¿qué lees? Mario Benedetti, respondí; yo leí La Tregua, dijo mi padre. Así que cuando regresé del viaje compré La Tregua y la leí y pude comprender mejor sus Poemas de la Oficina y Los Personajes. Y siguió apareciendo, porque en el fondo siempre fue uno de mis favoritos y nunca dejé de releer Rostro de vos, Viceversa, Última noción de Laura, Ustedes y nosotros, A la izquierda del roble, No te salves, Kindergarten y otros poemas que se me pierden ahora. La última vez que estuve en México, echado sobre la cama y bajo esa luz de la tarde que tanto amo, hojeé el Inventario I y otra vez comprendí lo que él tanto repetía entre líneas, que en este mundo donde todo es mercancía y marketing, sólo las palabras verdaderas podrán salvarnos.

Como escribió en Consternados, rabiosos, un poco, así nos deja:

...estás muerto
estás vivo
estás cayendo
estás nube
estás lluvia
estás estrella

donde estés
si es que estás
si estás llegando

aprovecha por fin
a respirar tranquilo
a llenarte de cielo los pulmones

donde estés
si es que estás
si estás llegando
será una pena que no exista Dios

pero habrá otros
claro que habrá otros
dignos de recibirte...

Monday, May 11, 2009

Crónica de una protesta light

Fue hace un mes y fue un sábado. Los presidentes o ministros de los 20 países más "poderosos" veníana a Londres y algo había que hacer, algo había que decirles o demostrarles. Finalmente el mundo sigue siendo tan injusto como siempre y ni la globalización, ni la política, ni la economía han sido capaces de aliviar la pobreza y la desigualdad. Quizá la mayoría estemos de acuerdo en que algo debe hacerse, el problema es el como. Londres reaccionó como cualquier ciudad. A una inmensa mayoría no le importó o no se enteró que habría un G20, de los enterados, los radicales salieron a protestar el mismo día y a tratar de impedir la reunión, como pueden ver en este post de Daniela. Los moderados, o "tibios", organizaron una marcha llamada "Put people first" (Pongan primero a la gente), allí estaban los de siempre: las ONGs grandes, el partido verde, sindicatos, estudiantes y borrachos en general que confunden una causa genuina con una fiesta de batucadas. Mucho ruido y pocas nueces, me pregunto si realmente tuvo algún efecto la marcha que teminó disolviéndose al medio día con la lluvia en Hyde Park. Al final me pareció más relevante el debate en "Speaker's corner" (La esquina de los discursos) en Hyde Park, al menos los que allí pasaban se detenían a escuchar la ideas del speaker en turno y lo rebatían y lo confrontaban. Algo quizá más productivo que la marcha.












Sunday, May 03, 2009

Reading Beer Festival



Sin intención de sonar a lugar común, la influenza porcina ha puesto a Londres, hasta cierto punto en un estado de paranoia, nada comparable a lo que pasa en México. Desde el sábado pasado el tema ha ocupado la primera plana de los periódicos, de los panfletos, de los noticiarios, de los sitios de Internet. El bombardeo informativo es tan masivo y confuso, que el miércoles leí en el London Lite que según cálculos del NHS (National Health Service) 94,000 londoners podrían morir por la revancha de los puerquitos… El dato era quizá más disparatado que las teorías de conspiración detrás de la epidemia que he escuchado desde el DF. Lo único real es que el pánico vende, así como el morbo de la lenta agonía de Jane Goody ocupó las portadas hace un mes, ahora el miedo a la enfermedad es explotado y los encabezados no cesarán hasta que una nueva amenaza sustituya al mal que vino de México.

Y qué mejor lugar para escapar de todo esto que el Reading Beer Festival. El motivo fue celebrar el cumpleaños de Alan y la cita era a las 10am en la estación de tren de Paddington. Daniela e Iván renegaron todo el camino porque era muy temprano, porque hacía frío, porque el festival sería un fiasco y una larga lista de quejas. Salimos más tarde que los demás, nos perdimos y cuando por fin encontramos el dichoso festival, la cola para entrar era como de dos mil personas (sin exagerar). Afortunadamente no tuvimos que esperar demasiado. Pagamos, nos dieron una pinta de cristal y pasamos al paraíso de los que aman la cerveza. El festival consistía de dos carpas enormes, cada una con cientos de barriles conteniendo el celestial líquido, afuera sólo había pasto, puestos de comida y cientos tomando el sol y bebiendo. Ante el riesgo de perderse o enloquecer uno debía recurrir al mapa que explicaba las características de 450 tipos de cervezas, 150 sidras, 45 cervezas extranjeras y vinos ingleses. A partir de ese momento nos entregamos al único y sencillo placer del sol, la comida y la cerveza, simple, feliz, obsceno, puro disfrute, ebriedad, sed, sueño, calor, todo junto en un jardín y un festival en que me sorprendió no ver una sola pelea ni un solo policía. Probé cervezas con nombres tan insólitos como Gothic Dark (Gótica oscura), Star Gazer (mirador de estrellas), Marmalade Cat (mermelada de gato) o Reinaert Grand Cru con 9.5% de alcohol. Más que emborracharse, aquello consistía en probar, en paladear todas las texturas de la cerveza, desde las espesas mezclas oscuras que tenían cacao y aroma a especias, o la claras, que podían ser secas, refrescantes, amargas, ácidas. Probamos sidra de pera y cerveza hecha por monjes de Bélgica, tuvimos tiempo de dormir bajo el rayo del sol, de comer un sándwich de cerdo rostizado (algo muy parecido a las carnitas), pay inglés, aceitunas y las infaltables papas fritas. Cuando el día terminaba llegó la hora de los drinking games con una pirinola que señalaba cuantos dedos debía beber el que perdiera, dada la incapacidad de los ingleses para pronunciar pirinola, el juego ha sido bautizado como “pon”, nada más absurdo y hedonista, pero justificado por el puro placer de la cerveza. Cuando por fin, terminó y hube recorrido el trayecto inverso en tren y metro, y por fin alcancé la belleza de mi cama, estaba rendido, agotado por tantos sabores, cerré los ojos y de inmediato me perdí en el profundo y sereno sueño de los justos –y los glotones.



*Todas las fotos son crédito de Daniela