Monday, August 02, 2010

1 año

Comencé este blog una tarde de septiembre de 2006 en la biblioteca de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido. Llevaba quizá cinco o seis días en un nuevo país y no me imaginaba que me quedaría allí tres años y todas las aventuras que me cambiaron la vida por completo. Entrar al mundo del desarrollo sustentable sin más armas que varias lecturas y ganas de cambiar el mundo me llevaron hasta el otro lado del planeta, donde conocí y me apropié de otra forma de vida. Tuve la fortuna de conocer varios países, de vivir en dos ciudades, de hacer amigos que nunca olvidaré. Hace un año exactamente ese viaje tuvo punto de retorno, no final, y me encontré de nuevo en mi amada y monstruosa ciudad de México. Nunca olvidaré que era viernes y que al salir del aeropuerto percibí ese aroma inconfundible a hollín y basura que sólo percibimos los que pasamos mucho tiempo lejos. Tampoco olvidaré que saliendo del aeropuerto fuimos a desayunar al centro, al Vips de Venustiano Carranza y que me asombró ver que la ciudad se despertaba idéntica, como si yo siempre hubiera esta aquí, o como si nunca me hubiera extrañado. Relatar los sucesos de un año entero resulta vano e innecesario, pero puedo decir que los últimos 365 días los he sentido como dos o tres años. Y esto, en definitiva, habla bien de este último año, pues ha sido tan intenso, tan cambiante, tan lleno de cosas nuevas, que ahora siento a Londres y sus maravillas como un punto lejano y feliz de mi pasado. En este tiempo pude viajar dentro de México, vi dos mares, el golfo y el pacífico en un solo día, regresé a mi amada y fría Inglaterra, conocí Turquía, trabajé durante 10 meses a las cuatro de la mañana, hora en que la ciudad duerme ese sueño intranquilo de mujer fácil que con cualquier sonido de pasos se despierta, recorrí estas calles con nuevos ojos, me encontré con nuevos amigos y terminé por resignarme a dejar de ver a otros que llenaban mis días antes de partir. Ahora trabajo en una agencia humanitaria, mi sueño, al fin y al cabo, y me enfrento cada día a la tarea imposible que perseguimos todos los que trabajamos en el desarrollo, la de un mundo más justo, menos cruel, menos desigual. La otra noche platicaba con el hermano y Melissa sobre la adaptación, sobre la crudeza del cambio, lo que se pierde y lo que se gana al regresar a México después de tener la oportunidad de quedarse para siempre en un país con un alto nivel de vida, con seguridad, salud, buenos sueldos, viajes baratos, y llegaba a la conclusión que para la mayoría de la gente ese regreso es una locura, porque difícilmente alcanzarán las metas económicas o de acumulación de bienes materiales con que sueñan. Pero si uno está obstinado en el desarrollo, no hay nada que hacer en Europa o en los países que se han enriquecido con la historia. Los cambios se deben hacer aquí, desde las comunidades excluidas hasta los corporativos o casas de lujo que son producto de una sociedad tremendamente injusta, donde la riqueza es tan desigual como las oportunidades de educación, salud, felicidad.

Hace un año, después de caminar por la noche de Chicago, me preguntaba que sería de mí en el futuro. Me tardé diez meses en contestar esa pregunta, diez meses en que me levanté a las cuatro de la madrugada para empezar a trabajar por teléfono y mail con mis compañeros de trabajo que seguían su vida normal y a la semana se olvidaban que yo estaba viviendo un shock cultural. Porque en ese proceso cuestionaba el desorden de México, la mentalidad, la comida, la contaminación, el ruido, todo lo que era diferente a Londres. Pero en el tiempo que siguió descubrí la maravilla de la identidad, de sentirse uno con el desamparado que mendiga una moneda en el metro, con el yuppie a quien nada le importa en Polanco, con la costeñita que sólo sueña con el viernes para bailar reggaeton. Porque finalmente esa desigualdad y esa diversidad conforman a este país, y quizá cambiarlo no sea tan complejo como todos pensamos, pero aún no existe una fórmula, no hemos llegado a la idea, al proyecto o al momento. Hace un año me topé de nuevo con mi antigua casa, la casa de mi madre, con mi familia invaluable, con un perro que no me olvidó en tres años de no estar, con muchos amigos que me esperaron, con los que no y a los que esta noche recuerdo con el mismo afecto con que los recordé en mi tiempo de lejanías.

Hace un año dejé de escribir en este blog en parte porque pensé que el viaje había terminado. Lo asumí y busqué un nuevo camino en esta tierra, pero un buen amigo inglés estaba en lo correcto. Cuando salía en autobús rumbo al aeropuerto de Heathrow y pasaba cerca de Picadilly Circus me llegó un texto al celular que decía, It´s not the beggining of the end, just the end of the beggining (No es el principio del final, es sólo el final del principio). Recuerdo que ese mensaje me hizo sonreír un instante antes de que la multitud me empujara a los adentros de la Picadilly Line del metro que había de llevarme al aeropuerto. Hoy, un año después de haber recibido ese correo sé que estaba en lo correcto.