Tuesday, October 30, 2007

Cuando lo que sobra es tiempo...

El desempleo ha representado hasta el momento la oportunidad de entregarme al relajado ensueño del que no se dedica a actividad productiva alguna; de tal manera que, aunado al frío que es apenas un aviso de llegada del invierno, me encuentro durmiendo diez sanas horas al día y esperando. Porque la clave para que el desempleado que sí quiere trabajar no enloquezca radica en la paciencia, en enviar curriculums, cover letters, fotografías, formas, cartas de motivación y formularios sin desesperarse. Por supuesto la paciencia no es cosa fácil, especialmente en los días helados en que la luz del sol apenas se filtra por los densos nubarrones que atraviesan esta isla. Afortunadamente a fuerza de mirar pasar los días desde mi ventana mientras busco empleo he tenido la fortuna de atestiguar momentos de plena belleza, como cuando un hueco de sol hunde su luz entre las pesadas nubes y por arte de viento en cuestión de quince minutos el paisaje cambia del habitual gris inglés a un cielo de azul esplendoroso y nítido. Tal descarga de sol alcanza para iluminar el amarillo del verano y hasta para dibujar atisbos de sonrisas entre los pálidos habitantes de Birmingham.


Sin embargo ha sido por las noches, en mi labor de mesero de fin de semana, que he podido presenciar y vivir otras capas del tejido social inglés. En el ejército de meseros ya he conocido gente de todos los continentes, especialmente gente de color. Es así donde me viene la duda si esta sociedad es genuinamente racista o la comunidad afrocaribeña es la que tiene problemas para adaptarse al ritmo de este país; o es una sutil mezcla de las dos. Pongamos un ejemplo, domingo por la noche: los premios Hafta (adaptación bizarra de los británicos Bafta) y cena con la comunidad del sureste asiático proveniente de India, Bangladesh y Paquistán. Los que cargamos las charolas enloquecemos con la cantidad currys que llevaremos a la mesa, un total de siete terroríficos y extenuantes platos más nan, ensaladas, entrada y postre. Afortunadamente la locura del servicio da espacios para observar y es evidente que la comunidad asiática se ha adaptado a la vida en Inglaterra, son unidos, prósperos, ocupan puestos importantes en las empresas y el gobierno, emprenden negocios, hacen labores de responsabilidad social, envían remesas. Son folclóricos, mezcla entre lo kitsch y lo excéntrico, nacos, dirían los amantes del clasismo, compran a ritmo occidental pero siguen vistiendo saris, se consideran británicos pero escuchan rock paquistaní. Pero se adaptan, resurgen a las dificultades de la emigración mientras las comunidades afrocaribeñas siguen atrás. ¿Racismo, predisposición cultural? Sigo observando la pasarela con modelos en sari y las pantallas gigantes con imágenes de bollywood (cine hindú) con sus escenas llenas de bailarines, cuando llega el momento del café, o del plato fuerte, o no importa, mi compañera estoniana me llama angustiada para ir nuevamente a la cocina y pospondré para otro momento el ritual del observador.

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