Wednesday, July 30, 2008

Dos meses sin internet

La cotidiana existencia consumista nos vuelve esclavos de los objetos más inútiles e irrelevantes. Siempre he creído que las avanzadas técnicas de los mercadólogos, que cimbran las bases de nuestra personalidad con trucos Freudianos, y la invasión de chácharas chinas y taiwanesas a precios ridículos, hacen que nuestro consumidor interior enloquezca y adquiera objetos absurdos, chunches tan útiles como los zapatos a prueba de chicles o los tamagochis que morían irremediablemente en un descuido de sus cuidadores humanos. En un intento de “proteger” lo que hemos comprado (y evitar nuevas compras) hemos creado una monstruosa industria que vende fundas y protecciones, todo lo que esté a la mano merece ser guardado, un ipod, el celular, la computadora, los lápices y así hasta llegar a la esquizofrenia de las fundas para sillones, caballos o coches. Si algún día se inventan, seguramente habrán compradores que busquen proteger las paredes de ladrillo bajo la confiable textura del plástico transparente. La lista de objetos que no necesitamos quizá nunca sea terminada (mientras escribo estas líneas se deben estar inventando nuevos objetos inservibles) y tiene tan graves implicaciones que, según los ecologitos, su producción es en buena medida responsable de que los esquimales del futuro construyan sus hogares con hojas de palmera tropical en vez de cubos de hielo.

Pero hay otro tipo de necesidades creadas, intangibles e igual de apremiantes: el celular e internet. Decir hasta qué grado son inútiles o vitales llenaría páginas con opiniones encontradas; mi tía Ana, por ejemplo, afirma que los celulares son la última amenaza a la privacidad, por eso, para defender su libertad ante el yugo de telcel, apaga su teléfono al azar y para nuestro desquicio cuando urge localizarla. En casi dos años de vivir en el Reino Unido prácticamente no había tenido problemas con celulares o acceso a la red, en la antigua casa de Birmingham una vez se descompuso el wireless y por primera vez todos los habitantes nos unimos, propusimos soluciones armónicas y miramos desconsolados las luces del aparatito que parpadeaban como un árbol de navidad en agonía de colores. Dos o tres días bastaron para que cayéramos en la desesperación y renegáramos del sentido de la vida sin el acceso a la red. Claro, el destino me tenía deparado el castigo de Londres. Al firmar el contrato de la casa, la dueña aseguró “hay una línea y hay internet, pero eso ustedes deben checarlo, no viene en el contrato porque es algo externo”, lo que en realidad quiso decir fue: no hay internet ni línea telefónica, si quieren, deberán solicitar el contrato mínimo de 18 meses con BT, esperar semanas a la reconección, pagar por la instalación, pagar por internet, yo no lo instalaré nada porque no lo puse en el contrato... Como no es probable que vivamos 18 meses en esa casa, no tiene sentido contratar todo eso. De entre la desgracia pareció surgir una esperanza, más bien, flotar: las ondas gratuitas de una red abierta aparecieron junto a la ventana y tuvimos acceso a la red, ilegalmente, claro. No sé hasta qué punto sea moralmente incorrecto usar una red que no tiene una contraseña de seguridad, no fui y me colgué de ningún cable, ni entré a una casa para robar la clave, la señal llegó a mi ventana y yo di click en “connect”. Todo habría tenido un final feliz a no ser porque la señal gratuita cambiaba de intensidad con el patrón del clima inglés, media hora bien, tres horas muerta, diez minutos excelente, luego otra vez nada. Así que literalmente la tuve que seguir, como cuando absurdamente levantamos el celular en busca de señal, así movía la computadora del escritorio a la alfombra, del balcón a la cama. Finalmente un día la señal “gratuita” se apagó para siempre, sin un rastro, ni un minuto siquiera para revisar los mails. Estaba en un país extraño, en un barrio extraño, lejos y sin manera de comunicarme con el mundo exterior.


Y no pasó nada. Al contrario, después de unos días y a pesar de la ansiedad (similar a la que se siente al dejar de fumar), la vida siguió. Para suplir la necesidad de comunicación bastaba una hora a la semana en el café internet musulmán de Brixton Hill (1 libra = una hora), y de paso ver el mail, facebook y hasta rápido el periódico. Como si de una rehabilitación milagrosa se tratara, la falta de internet provocó que olvidara muchas veces la computadora, atrás fueron quedando las horas perdidas, el tiempo que desaparecía entre los blogs, las noticias, el youtube y todos los laberintos que hacen que una hora de internet rinda como si fueran cinco minutos. La verdad es que ese tiempo tampoco lo he usado para fines benéficos a la humanidad, pero lo cierto es que con la computadora apagada se terminó esa plática mecánica y pasmada del que trata de concentrarse en dos cosas a la vez, las respuestas monosílabas de alguien que está más interesado por conocer el clima de Afganistán que en las aventuras cotidianas del que duerme al lado.

Hoy que han pasado dos meses sin internet puedo asegurar que la vida es miserable sin red. La necesitamos para encontrar una nueva casa que sí tenga internet, para buscar empleos, escuelas, cursos, para ver qué diablos sucede en la ciudad, cuanto cuestan los festivales, a qué hora son los toquines, para hablar con los amigos, para saber qué diablos sucede en el planeta, para sentir la felicidad absurda de estar conectados con el mundo y de pertenecer a una red que de alguna manera nos otorga un lugar por el simple hecho de dotarnos de una dirección IP. Hasta las pizzas las comprábamos por internet en el lejano Birmingham. No hay nada como la vida sencilla, las conversaciones en el balcón mientras el sol cae en el norte del Támesis. Pero tampoco hay como la opción de dejar el mundo atrás, encender la computadora y perderse entre información innecesaria mientras interrumpen las ventanas del messenger o se ven las últimas fotos en facebook, finalmente ese también es ahora el mundo.

Friday, July 11, 2008

El orgullo de la diferencia




Cuando el azar de la biología o el coraje de la voluntad provocan que alguien ame a los de su mismo sexo, una decisión, íntima, personal y secreta, se convierte también de cierta forma, en una lucha por ser libre y no dejarse regir por las reglas de un mundo creado y delineado por los aparentemente normales. Desde hace mucho admiro la causa gay y siempre me hace recordar una línea de Octavio Paz: como dos espejos enamorados de su semejanza. Y claro, la condición homosexual puede ser una tragedia y hasta un crimen en demasiados países. En Londres es más bien una celebración, el pretexto para un carnaval del tamaño de todo el Soho. Ese carnaval fue precisamente el sábado pasado. Qué mejor si el verano decide hacer su aparición y hay suficiente sol para que hasta los más tímidos del ropero aparezcan y celebren, porque el desfile se llama PRIDE! que en español es orgullo.

Una de la tarde en Marble Arch, todos los quedaron de verse afuera del metro se apretujan y chocan con los turistas, los emos y las señoras que vienen arrastrando sus carriolas y todas sus compras desde Oxford Street. Como suele sucederme me doy cuenta que Iván espera un poco más a l este, en Picadilly Circus, así que que nos veremos más adelante, sobre Regent Street, donde la marcha doblará para encaminarse hacia Trafalgar Square. La policía y la autoridad de tránsito han llenado los postes cercanos con letreros sobre los cierres y la hora en que se abrirán nuevamente las calles. De pronto, ya estamos junto al desfile, conforme se pierde la música electrónica llega la vibra de la batucada y el claxon de los camiones que avanzan lentísimos con sus decoraciones y sus globos. Pero no hay espacio para ver, la gente ha abarrotado los espacios junto a las vallas que permiten el paso de la marcha. Así que emprendemos el camino hacia la fuente de Eros, por Regent street, donde con suerte encontramos un lugar. Hasta ese momento comprendo la magnitud de la tolerancia y la libertad que existe en Inglaterra respecto a la homosexualidad. Encabezando el desfile va Boris Johnson, alcalde de Londres, seguido por los contingentes gays/lesbianas de la policía, el ejército y la marina. Nadie se esconde, los soldados saludan a la gente, los servidores públicos llevan pancartas, asociaciones de homosexuales en el transporte, en los servicios de salud, entre los más aplaudidos y más numerosos están los maestros, los bomberos y demás servicios de emergencia. Detrás e la oficialidad sigue la fiesta, las ong's acompañadas de batucada, los que luchan por la tolerancia, los que promueven el sexo seguro. También desfilan las empresas, Natwest, Lloyds, Barclays, Ford, al frente de British Airways dos aeromozas lesbianas sonríen y arrancan todos los suspiros de su belleza en uniforme. Conforme el desfile continúa pasan frente a nuestros ojos las drag queens, con sus sueños femeninos y sus disfraces de rumberas apocalípticas, caracterizadas con el copete de Amy Winehouse, semidesnudas, bailando, mandando besos, dejándose admirar y posando para cada cámara que las apunta; detrás de ellas, los sádicos y los masoquistas muestran en la calle sus cadenas, sus máscaras de cuero, sus cabezas rapadas y exhiben un poco ese laberinto de perversiones al que están atados. De pronto el ritmo de la música es conocido, Shakira y el reaggetón con la comunidad latina no desfilan, bailan y hacen bailar a los ingleses de las vallas, porque la diversidad también implica a todas las nacionalidades. Cuando encontramos a Iván y Karol, ya ha pasado casi todo el carnaval, seguimos hacia Trafalgar pero la fiesta y sus protagonistas se mueven al corazón gay de Soho en Old Compton Street. Allí todos los pubs y clubs están listos para la fiesta y en las calles hay cientos bebiendo y escuchando la música de los escenarios improvisados. Finalmente es el día para ondear la bandera del reino con fondo rosa, que importaron los ultracristianos que confrontaron a los pecadores mientras hablaban de Cristo con sus altavoces que parecieron no existir ante el sonido que puede causar una fiesta sobre la tolerancia. Ya casi de noche, cuando la masa se pierde entre los bares queda el rumor de los que han conocido a alguien, dos borrachas, guapas, se acercan y me piden que les tome una foto. ¿Donde va a aparecer? Me preguntan. –En México respondo. Mientras se alejan tomadas de la mano escucho que una le dice a la otra ¿Será legal ser gay allí? Solo puedo sonreír mientras me alejo también.












Sunday, July 06, 2008

Dos de julio ¿se olvidará?

Esta semana se cumplieron dos años de las elecciones de 2006 en México, donde la derecha y los sectores conservadores del país “derrotaron” a una izquierda que nunca se había visto tan unida ni quizá tan fuerte en la historia de nuestro país. Dos años después y a esta distancia sigo pensando cómo sería el país si el presidente “electo” fuera López Obrador y no el actual, que cada día se ve más insignificante y con menos cabello. Quizá no habrían muchas diferencias, en el desarrollo económico, finalmente seguimos y seguiremos siendo dependientes de la economía norteamericana; el narco seguiría fuera de control; la corrupción apareciendo en todas las esferas de la vida. Pero también pienso y creo que si la izquierda tuviera hoy el poder México estaría menos dividido y fragmentado por ese odio que el PAN se ha encargado de alimentar a través de los medios de comunicación. Esa intolerancia, ese desprecio a la gente que tiene una opinión igualmente válida y valiosa quizá sea la diferencia más radical; la derecha no ha sabido fomentar la unión, su mensaje es que el pueblo, los nacos, la perrada no saben ni se pueden gobernar. ¿Será cierto? Por supuesto que la izquierda no pretendería vender a Pemex con mentiras sobre alianzas y tesoros bajo el mar, no lo haría porque no tendría ningún favor que pagar a la clase dominante que es la que finalmente sostiene al gobierno actual. Me entristece pensar cómo una democracia prometedora se ha estancado, perseguida por su ancestral visión de los vencidos, de una sociedad donde por fuerza deben haber pocos beneficiados y una inmensa mayoría de jodidos. El lunes pasado mi amigo Zaheer nos invitó a un concierto por el día nacional de Canadá, en la plática Zaheer se lamentaba del gobierno militar de su país -Pakistán- y aseguraba que la democracia traería el desarrollo a millones de pobres en una nación donde conviven en una disparatada desigualdad 100 millones de pobres y un ejército con armas nucleares. En fin, le conté un poco del casi mexicano a Zaheer, si la democracia lo curara todo otra historia sería, obviamente Zaheer no se inmutó, “en ese caso ustedes eligieron mantener su desigualdad y sus estructuras de injusticia, pero al menos lo eligieron”. Nada más cierto.