Friday, February 22, 2008

Señores imperialistas: no les tenemos ningún miedo


Conocí la La Habana en el que todavía era el tiempo de Fidel, una noche ardiente de 2001 después de un vuelo tortuoso y fugaz desde Cancún. No tenía idea de qué me esperaba cuando en el aeropuerto José Martí le di a un chofer de taxi la dirección que llevaba anotada en un trozo de papel: Aguila 87, entre Bernal y Trocadero, Habana Vieja. El taxi se internó en la caliente noche cubana y del espejismo de imágenes que se pueden ver desde un auto sólo comprendí la dimensión rebelde de ese país cuando las luces de la plaza de la revolución delinearon la figura inconfundible del Che Guevara y sus palabras esculpidas en uno de los costados del ministerio de interior: “Hasta la victoria siempre...” Había llegado a Cuba.


A partir de allí fue La Habana, fue su gente, fue su música, fueron sus ideales y su vida contradictoria las que me hicieron sentir como nunca en un lugar donde me quedaría a vivir por siempre. Sandra y su familia nos recibieron al hermano, a Monche y a mí como han recibido a no sé cuántos desconocidos, como a uno más de su tribu. Caminé bajo el sol implacable del caribe, por el malecón hasta el hotel Habana Libre, por las antiguos caserones de el Vedado que ahora albergan a miles de familias y centros culturales, por el paseo del Prado, por la calle Obispo donde se encuentra La Bodeguita del Medio, inmortalizada por Hemingway. Atravesé el barrio de la Habana Vieja con sus casas que parecen detenidas en el tiempo, carcomidas por el salitre, por la energía de su gente y las penurias de su historia. Platiqué con choferes, con los que se sentaba a mi lado escapando del calor del trópico, con los que merodeaban a las 4 de la mañana con una botella de ron por el malecón, con los que añoraban ir a Miami y con los que se mantienen firmes en la admirable resistencia del pueblo cubano.

En medio de sus privaciones, de la comida racionada, de las prohibiciones, de la escasez, de las carcachas de los años cincuenta, Cuba exhibe sin recato su rebelión a seguir el destino irrevocable de cualquier neocolonia latinoamericana. Y para exhibir esa fortaleza nada mejor que los letreros que se multiplican por las calles: “Esta noche 10 millones de niños en el mundo dormirán en las calles, ninguno es cubano”, o “Los principios no son negociables, Fidel”, “La Habana, fiel a su historia” y por supuesto “Patria o muerte ¡Venceremos!”. Pero ninguna como el espectacular montado a pocos metros de la sección para intereses cubanos de Estados Unidos (el equivalente a la embajada norteamericana): “Señores imperialistas: No les tenemos ningún miedo”. Si de algo puede enorgullecerse Cuba es de la veracidad de sus eslogans, en ningún país de América Latina hay mejores niveles de salud, gasto social y ninguna nación de nuestro continente puede jactarse de haber terminado con el analfabetismo. La sociedad cubana lee, debate, discute y resiste los embates del país más poderoso del mundo que desde hace cuarenta años ha castigado a la isla con un embargo desmesurado por su crueldad e injusticia. Y Cuba se sigue rebelando, le pese a quien le pese.

Y todo esto me vino a la mente esta semana, cuando desde la oficina leí en la primera plana de todos los periódicos del mundo que Fidel Castro anunciaba que no será más comandante en jefe. Mi compañero Steven, cuyos abuelos huyeron del feroz comunismo que los soviéticos implantaron en Hungría, asegura que es la mejor noticia del año. Por supuesto, Fidel es una figura a la que nadie puede ver a medias tintas, o se le admira o se le rechaza, amor y odio para el último gran personaje del siglo XX. “Nadie tan lejos de la mediocridad como él” escribió Ricardo Rocha para El Universal el pasado jueves. Todos podemos opinar pero la última palabra sólo la pueden dar los que ahí viven, los que defienden la revolución o claman la intervención yanqui. Yo me quedo con la certeza de que sin Fidel, Cuba sería una más en la amplia lista de injusticia social y miseria de nuestro continente y no el país del que me enamoré para siempre.

De ese viaje sólo he digitalizado dos fotos con un antiguo escáner.


La Habana desde Santa María Regla


Un niño

1 comment:

La Polilla Cubana said...

Hola: por casualidad encontre tu post, buscando la frase de Fidel que da titulo a tu post, y como cubana, queria agradecerte tu escrito, espero que continues pensando lo mismo.
Un saludo cordial desde La Habana