Wednesday, August 20, 2008

Las intermitencias de la vida

El sábado pasado estaba en el messenger cuando recibí la noticia de que mi tío-primo Jesús Ugalde, Chuchín, había muerto.

No lo creí ni lo entendí en un primer momento y aún después de varios días mi mente no alcanza a comprender que no volveremos a hablar. Aunque hace un tiempo considerable que dejamos de ser cercanos, hubo una época en que su presencia definió una de las decisiones más importantes que alguien puede tomar: elegir un equipo de fútbol al que le iría para siempre. Su pasión por el Atlante y la mítica visión del estadio Azulgrana desbocádose al ritmo de miles de pies brincando, me ayudaron a entender que a un equipo no se le sigue por sus triunfos, sino por un sentimiento abnegación y resistencia infinita. Y qué mejor ejemplo que las penurias del Atlante para probar esa disposición de un fanático a sufrir. Fuimos varias veces al estadio y seguí al equipo por su descenso la gloria del título en el 92 hasta que la vida misma me alejó del fútbol y sólo me quedó el membrete de atlantista de por vida.


Sé que además de la pasión por el fútbol, Chuchín seguía las corridas de toros, amaba los mambos de Pérez Prado y el Merengue. Pero lo que más le admiré fue su increíble capacidad para platicar y su memoria, que captó todos los detalles de un tiempo en el que yo aún no nacía y pude conocer en parte gracias a su inverosímil memoria de elefante. Poco antes de irme de México nos vimos en una cantina y platicamos por horas de ese pasado fabuloso del que recordaba detalles ínfimos y del presente que siempre parece más complicado. Hace tres semanas me escribió y me dijo que si dejaba su empleo vendría a Inglaterra por seguro.

El sábado, a su cuarenta y tantos años, la vida tuvo una de esas intermitencias que aún no eran necesarias. Él era una de esas personas con las que uno siempre quiere platicar en cualquier evento social, sea el que sea, por eso no me imaginaba cómo sería su velorio. Me dicen que le cantaron sus canciones favoritas, entre ellas “En mi viejo San Juan” y que su féretro llevó la bandera y su camiseta del Atlante. Sé que algunas veces leía este blog, desde donde quiera que esté, ojalá el azul de cielo sea tan nítido como para ver los estadios desde la altura y para que lea estas palabras que no pude decirle.

1 comment:

Anonymous said...

Hermanito:
Ten por seguro que encontrará la manera de leerte y se emocionará como yo lo he hecho con tus hermosas palabras.
En efecto,el velorio fue extraño. Todos pensamos que de un momento a otro se iba a aparecer y a decirnos "ya ven...los volví a reunir".
Te quiero mucho.