Sunday, October 12, 2008

Housespotting

La estabilidad de la vida moderna se basa en el sedentarismo, entre el Homo neanderthalensis y el Homo sapiens sapiens existe además de un abismo de tiempo la distancia que hay entre vagar recolectando fruta y asentarse con la consigna de pagar renta o hipoteca. A mí, después de 25 de habitar en el mismo lugar, de conocer hasta en sus más íntimos rincones la casa donde prácticamente nací, me tocó la suerte de mudarme de país y después de ciudad hasta llegar a Londres. Fue así como el polvo de la costumbre y el hábito de un espacio se sacudió por un delirante periodo de seis meses en el que he tenido tres mudanzas, un récord personal de nomadismo urbano cada dos lunas. Semejante experiencia ha sido agotadora, intensa, a veces angustiosa pero también divertida y por demás extraña. En seis meses hemos tenido housemates de Australia, Uganda y España, nos ha despertado el sobresalto de una pelea conyugal entre nuestros vecinos que terminó en golpes, alaridos, amenazas con llamar a la policía y un final feliz para los que practicaban el amor apache. En los cambios hemos movido maletas en tren, en bus, bajo la lluvia, en la camioneta de un africano que no pronunciaba una palabra ni en el más tormentoso tráfico de un medio día de verano. La pluralidad de viviendas para tan pocos días ha sido grata, siempre se hacen nuevos amigos, se conocen barrios, se desmienten rumores. Para buena parte de los londinenses, Brixton significa pandillas, venta de drogas y la posibilidad de un crimen. Después de vivir allí se entiende que las pandillas y los dealers resultan apenas un tono en el mosaico de su diversidad inconcebible, su mercado que habla 36 lenguas, sus puestos de comida de cuatro continentes, sus negros elegantísimos que salen los domingos cantar en las iglesias gospel, sus sonidos a reaggae y sus olores a especias desconocidas.

Pero sin duda la parte más compleja de esta etapa nómada fue la búsqueda de un lugar donde vivir. Londres, una de las capitales financieras mundiales, es una selva donde compradores, dueños y agencias se disputan hasta el último centavo en comisiones, rentas, depósitos, hipotecas y cualquier forma de obtener ganancias económicas. Dado que acordamos compartir un piso con Iván y Karol, debíamos ajustarnos a los requerimientos de ubicación y precio de los cuatro, lo que hizo aún más compleja la búsqueda. Con el tiempo en contra, iniciamos una búsqueda en agencias, páginas de internet y anuncios en la calle que no daba tregua ni descanso. Salíamos de trabajar y teníamos citas con agentes, despertábamos el sábado y debíamos ver tres o cuatro lugares, nos llegaban mails, textos por celular, llamadas de landlords. Conocimos lugares deprimentes, espectaculares, ubicadísimos, peligrosos, amplios y amontonados. Los agentes inmobiliarios de Londres nos hacían ofertas, explicaban términos, maquillaban cifras desmesuradas llamándolas obligaciones y usaban indiscriminadamente la palabra lovely (encantador) para calificar desde palacios o chozas. La búsqueda fue extenuante y cuando por fin, después de encontrar un lugar, de negociar tarifas, depósitos, seguros y todo lo que implica un cambio, desperté al primer sábado de tranquilidad sedentaria y me hallé extrañando salir a buscar casa. Fue así como descubrí el housespotting, deporte inglés que consiste en conocer los laberintos del mercado inmobiliario de la misma manera en que alguien que practica el trainspotting conoce las complicadas rutas y horarios de los trenes como una absurda forma de matar el tiempo. Afortunadamente para mi salud mental me abstuve de responder a las llamadas de las agencias, a los emails invitándome a ver una magnífica propiedad que el agente estaba orgulloso de mostrar, ni a los textos que describían el lugar donde yo viviría en el más feliz sedentarismo. Hoy, a casi tres semanas de mi última mudanza, me pregunto cómo será la siguiente mudanza, más por morbo que por curiosidad, pero me queda la certeza que cuando llegue la ocasión, conviviré con la jauría inmobiliaria con la felicidad con que los retirados se sientan, cronómetro en mano, en las polvosas estaciones para medir la puntualidad inglesa de sus trenes.

2 comments:

Unknown said...

Wow me acabo de enterar q Lucas en fan de ese deporte. De casi 7 años de estar juntos, hemos vivido en 7 departamentos o casas.

Q bien q ya se instalaron!!!

Unknown said...

gusi me he vuelto adicta a tu blog
xx