Wednesday, April 18, 2007

Tres contra London

En uno de los mejores libros de crónicas de viaje que he leído –El Danubio–, Claudio Magris afirma que viajar es un arte, el turismo un pecado. Sin embargo hay ocasiones en que sólo practicando turismo salvaje se puede disfrutar una ciudad y sobrevivir al cansancio de hacer todo lo que el tiempo, el dinero y las energías alcancen. Hace poco más de una semana Betty viajo desde Suiza y yo desde Birmingham para encontrarnos nuevamente en la Greenwich Peninsula, casa del amigo Iván. Yo llegué dos días antes del encuentro, un miércoles, con la firme intención de terminar mis ensayos de Urban Poverty y hacer de ama de casa y cocinar e ir al súper y tomar una copa de vino en lo que esperaba a que mi amigo regresara del trabajo…



Ya en viernes santo, mientras buscaba a Betty en Victoria Station, reflexionaba en que sólo nos encontramos dos o tres veces en los dos años que ella trabajó a cinco cuadras de mi casa, y que seguramente en Europa nos veríamos mas seguido… Después del encuentro, de dejar las maletas y desayunar wafles de papa con mermelada (nada recomendable) nos esperaba Londres. El primer alto fue el observatorio de Greenwich. A pesar de que la casa de Iván se encuentra en la Greenwich Peninsula jamás se me ocurrió pensar que el meridiano que determina la hora mundial atraviesa la ciudad a unos minutos de su cocina.



Con un día radiante y de cielo azul puro atravesamos el parque que en su cima alberga el punto de referencia para sincronizar las agujas de todos los relojes de la tierra. El día de turismo salvaje apenas comenzaba. Esperamos un double-decker para el centro de Londres. Nos dejó al lado del Támesis, pasamos junto al Big Ben, el edificio del parlamento y la abadía de Westminster; al otro lado del río encontramos el London Eye, una rueda de la fortuna que impone a los turistas el yugo de mirar desde una altura colosal el espectáculo de Londres. Siguiendo el Támesis en paralelo se llega al Tate British, uno de los museos más importantes del mundo, sin embargo, una rápida evaluación del clima nos hizo desistir, los museos podían esperar a un día lluvioso. Seguimos al Buckingham Palace, donde en una retorcida imitación a los soldados de la guardia real, un grupo de fake-punks posan junto al monumento a la reina Victoria cobrando a los desprevenidos por cada fotografía que les hacen. De allí atravesamos Picadilly Circus, donde se encuentran la mayoría de los teatros, estilo Broadway. Allí hicimos la primera parada, pinta de Stella, chips, nachos, hamburguesa y lo que fuera necesario para detener el hambre. El recorrido siguió por las calles del Soho, más pubs, red bulls contra el cansancio, otros pubs, Oxford Street con todas sus vitrinas y tiendas de diamantes, más pubs hasta que entrada la noche encontramos un lugar con un subterráneo al puro estilo del Relicario sateluco… Muchas horas, litros de cerveza y shots de vodka después, Iván nos guiaba, muertos de cansancio y de borrachera por un laberinto de doubledeckers, sólo recuerdo despertar en la comodidad de mi asiento para bajar del autobús y caminar hasta un espacio donde poder dormir…








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