Monday, August 13, 2007

Dejando Bangkok

Mientras hacía fila para la verificación de pasaportes en el Suvarnabhumi International Airport no pude evitar sentir la evocación de la nostalgia, Tailandia había terminado y su gente me había llegado al corazón, así de simple. Detrás de mí un grupo de mochileros ingleses (cuatro hombres y una mujer) daban consuelo a dos de sus compañeros que, llorando a lágrima viva, llamaban la atención de todos los que estábamos en la fila. Pocas veces se ve tanta expresión entre las flemáticas personalidades inglesas. Lloraban con sentimiento vivo, con genuina tristeza y los demás nos sentíamos entre curiosos y apenados de mirar su desolación desde la indiferencia de la fila. La causa de aquel llanto esperaba junto al mostrador de una aerolínea, dos tailandesas adolescentes decían adiós a los ingleses que las miraban con el desamparo con que terminan los más funestos amores de verano. Desafortunadamente lo interesante de la escena radicó en su anormalidad. Basta caminar por cualquier zona turística de Bangkok para encontrar occidentales mayores de cuarenta años con tailandesas que no deben pasar de los veintidós y que en muchos casos son menores de edad. En la llamada ciudad de los ángeles, el demonio de la explotación sexual y el tráfico de personas es tan común que ha terminado por volverse invisible, en un silencio cómplice.

Ante la magnitud de la demanda, Bangkok ofrece tres grandes zonas de tolerancia. La más antigua y famosa es Soi (calle) Cowboy, que se inició como un centro de diversión para los soldados norteamericanos que peleaban en la guerra de Vietnam. Soi Cowboy no es más que un corredor de bares y clubes de desnudismo, sin embargo sólo he caminado por ahí de día, así que desconozco las dimensiones de su población nocturna. Silom Soi es la segunda estación de los turistas sexuales, extrañamente en esta calle se da una extraña combinación del comercio informal, la piratería y la prostitución. El mercado nocturno de Silom ocupa el centro de la calle, en él se puede encontrar relojes, ropa y todos los objetos de consumo que encontramos en cualquier tianguis mexicano. Las banquetas están libres, en los costados la música, las luces y la oscuridad de los locales delata otro ambiente, en la puerta de bares y restaurantes adolescentes en bikini tratan de llevar al interior a cualquier turista solitario. Basta detenerse en algún puesto que mire a la banqueta para observar el interior de estos lugares, sus pasarelas con más de cuarenta mujeres en los más absurdos vestuarios, bikinis, mini-uniformes de colegiala, vestiditos de enfermera y todo el repertorio de la imaginación sexual. Sin embargo no es aconsejable entrar, los bajos precios del alcohol son recuperados con la tarifa de “Salida” que puede oscilar entre los 20 y los 30 dólares. Sin embargo es Nana Plaza la zona que me deja impresionado. Ubicada en el barrio de Sukhumvit, este lugar de tolerancia alberga a unas 3,000 prostitutas de acuerdo a un amigo periodista. La plaza consiste en un edificio de cinco pisos con forma de herradura. En la planta baja hay bares llenos de chicas que acuden a platicar con todo aquel que pida una cerveza, su comunicación consiste en un inglés básico y el insinuante lenguaje de sus manos que abrazan, acarician y atraen a los clientes con del delicado tacto oriental. Si el visitante quiere algo más que plática, debe pagar la salida de la chica, unos 20 dólares y negociar, por una cantidad similar, el precio del amor. Pero Nana Plaza va mucho más allá, en los locales de los pisos superiores hay shows de travestismo, nudismo, globos, burbujas y todo tipo de desviaciones hasta llegar al quinto piso donde sin simulación se promocionan espectáculos de zoofilia: mujeres teniendo sexo con monos o perros.

Durante varias noches a la hora de la cena me toca compartir mesa con los veteranos del amor que se compra. Un noruego repite una frase que leí en Lonely Planet, “no vine a Bangkok por los templos”, después me cuenta que en una semana ha estado con ocho chicas y que viene de Filipinas, donde el sexo es más barato. Sin embargo me hace una confesión extraña, se ha enamorado de una filipina y piensa regresar por ella para casarse en diciembre. En Tailandia se da un fenómeno similar, quizá sea que el poder de la soledad se impone a la necesidad del comercio, un romántico diría que la fuerza del amor siempre superará al dinero, porque es común ver parejas de hombre occidental y mujer tailandesa en las numerosas oficinas de trámites para matrimonios con extranjeros. Quizá todo se explique porque incluso dentro de las naturalezas más inmundas y cosificadas existe un espacio para crear lazos y sentimientos humanos.

Mi pasaporte es revisado y avanzo por un amplio pasillo de cristales hacia el avión que veinte horas después aterrizará en Londres, entonces mis sentimientos de turista nostálgico afloran. Tailandia y su gente, su dolor, sus extravagancias, su sordidez, su cultura, el misticismo de sus templos, la santidad de sus mojes. Al final de todo las sonrisas y el gran corazón de su gente. A lo lejos los pesados nubarrones del monzón avanzan con lentitud de elefante hacia Bangkok, ciudad de ángeles donde también pueden encontrarse pasadizos que conducen directamente al corazón de las tinieblas.


Abajo, fotos del último día en Ayuthaya.







1 comment:

Unknown said...

Gustavo felicidades y mis respetos, por tan buenas fotografias y tan deliciosos relatos. Pero, sobre todo, haber estado ahi, conocer tan cerca las dificultades de otros y sensibilizarte. Tal vez no todos reaccionariamos igual. Creo que distinto horrorizarte a sensibilizarte, lo segundo es mas comprometido, mas sentido por humanidad, por justica, por valores, no por lastima. Gracias nuevamente.