Tuesday, August 21, 2007

Home tasty home

Viajar es, por lo menos en mi opinión, lo más cercano a lo mejor de la vida. Hace algún tiempo en una escala en el aeropuerto de Houston, mientras mirábamos a los soldados norteamericanos que seguramente regresaban de medio oriente (era evidente que habían sido heridos) mi compañera de asiento -una newyorker de 82 años- me dijo algo así como “es una lástima que vayan tan lejos para cometer asesinatos, cuando viajar es una de la cosas que nos vuelve más civilizados…”. Sin embargo también es cierta la sabiduría de mi madre en cuanto a que no hay nada como la delicia de regresar. Por supuesto, volver a casa implica en primer lugar la egocéntrica actividad de “narrar” a los demás las experiencias en lugares que no conocer. Pero más allá del ego viajero regresar implica reencontrarnos con nuestros sentidos, el tacto de una cama, el sonido de una voz conocida, el aroma a casa, pero sobre todo el sabor de la comida. Tailandia posee una gastronomía del tamaño de su historia. Durante un mes me deleité con sus ingredientes tan ajenos a los sabores conocidos. Es complicado describir una cocina de tanta variedad, sin embargo es obvio mencionar al arroz hervido como acompañante de cualquier platillo; las ensaladas de “papaya” (que no llevan papaya por supuesto) sino frijol germinado, lechuga, y chile verde picado; los noodles que son la pasta de oriente, hechos de harina de arroz y acompañados con carne o bolitas de pescado; la carne de cerdo frita que tanto recuerda a las carnitas; y toda clase de mariscos, camarones, ostiones, pulpo. También fui invitado a probar comida burmesa, china, árabe y claro, a pesar de cierta repugnancia probé gusanos de coco fritos y chapulines; me ofrecieron comer un grillo que tenía el mismo tamaño que mi celular, pero fue demasiado y amablemente seguí con la delicia de los gusanos de coco. Oriente es distinto incluso a la hora de sentarse a la mesa. Cuando se está en un restaurante tailandés no existe el concepto de posesión; ningún plato tiene “mi pescado” o “mis insectos”, la comida se pone en el centro de la mesa y cada quién comparte lo que pidió con los demás invitados. Obviamente es distinta la cultura de comer en la calle. Si en México pueden impresionar la cantidad de puestos callejeros, en Tailandia la venta de comida en la banqueta es una cultura, un deporte, un sello de identidad. Realmente se encuentran pocas calles sin un vendedor de noodles, de brochetas de pollo al carbón, o sin un carrito que ofrezca plátanos fritos o fruta fresca. Desafortunadamente tuve que pagar las consecuencias del riesgo: un plato de noodles en plena banqueta de Bangkok me dejó un día entero recluido en el hotel por una tremenda infección en el estómago, no más detalles. Todo se disfruta, pero realmente nada hay como regresar y probar las benditas enchiladas de mole que me esperaban en el número 77 de Lottie Road, en Birmingham después de casi veinte horas de viaje. Y claro, una semana después fue Manchester en un viaje-pub-crawl ampliamente reseñado por Juan, Iván y Daniela. Y apenas el fin de semana fue Birmingham donde ni el clima espantoso, ni la cruda, ni el cansancio nos hicieron desistir de la delicia de unos chilaquiles.










2 comments:

Anonymous said...

que fantastico!

Anonymous said...

emm.. informative text