Tuesday, May 27, 2008

Las tierras medias

Dicen que la primera impresión nunca se olvida. Esa es la causa fundamental que excluye a Birmingham de los destinos de viaje en el Reino Unido y con toda certeza, la razón por la que muchos la catalogan como una ciudad simplemente fea. En esa primera e irreversible impresión radica su debilidad: la estación de trenes de New Street, parece creada en la pesadilla de un arquitecto comunista, y la antigua base de autobuses en Dicbeth era -afortunadamente ya está en remodelación- simplemente tenebrosa. La belleza nunca es fácil y el encanto de un lugar normalmente está vedado a las cámaras de los turistas, por eso resulta difícil comprender a una ciudad que a ratos trata de olvidarse de sí misma, de su pasado de humo y de los grises restos de su revolución industrial. Describir qué la hace interesante resulta difícil también, es mucho más fácil quejarse de algunos edificios que literalmente parecen cajas de concreto -como la biblioteca central-, de su muy reducida vida cultural, del acento complicadísimo de los brumies, en fin.

Y es que después de un año y medio de habitarla entiendo que Birmingham no es un lugar para los que buscan la belleza rápida de las ciudades medievales o la inmediata riqueza cultural de lugares como Londres o Manchester. Birmingham más bien es un lugar que demanda tiempo para seguir a paso lento el recorrido de sus canales, desde Bournville hasta Five Ways, entre túneles y un silencio a prueba de impacientes. Para contrarrestar los efectos depresivos de su drásticas condiciones climáticas están sus muchos pubs, mis favoritos The Bell, the Bristol Pear, the Princess of Wales, the British Oak, the Hare and Hounds the Rainbow y por sobre todos, el Old Joint Stock enfrente de la catedral. Todos lugares para sentarse a leer, o a platicar o simplemente a escapar y mirar la lluvia detrás de una pinta de cerveza. Y para los días soleados quedan los parques que se esconden a la vuelta de la esquina de cualquier barrio, los jardines de la universidad y más al sur, las Likkie Hills, cuya vista inspiró a Tolken para escribir sobre las tierras medias en su libro El Señor de los Anillos.


La comida inglesa como tal es pobre, pero Birmingham dio la bienvenida a miles de migrantes de India, Pakistán y Bangladesh, a los pocos años ya existía el triángulo Balti, donde he comido el mejor curry de mi vida; aunque mentiría si negara que muchas veces terminamos visitando Big Johns a altas horas de la madrugada para terminar la noche con un fish and chips, un kebab o una rebanada de pizza con papas fritas. Pero la mejor cara de Birmingham, al menos para mí, es su tranquilidad de pueblo bicicletero en el primer mundo, donde ni el tren más lleno aspira a competir con los autobuses de Londres en horas pico, y claro, ese silencio nocturno al que uno termina por acostumbrarse a la hora de dormir. Ese es el Birmingham que me quedará en la memoria, una ciudad tranquila, aburrida a veces, llena de árboles y de canales, silenciosa y desierta los domingos por la tarde.


El último domingo en esa que fue mi ciudad apenas tuve tiempo de visitar un lugar preferido: aburrido, iluminado y solitario, nada como la biblioteca de la universidad en el campus de Selly Oak. Una ñoñada, por supuesto, pero a mí me gustaba demasiado ir alí y encontrarla absolutamente vacía, llena de luz y con la vista a los árboles desde sus ventanales enormes. Estaba cerrada, así que regresé y con prisa tomé el taxi a la estación de autobuses para mudarme definitivamente a Londres. En el camino me tocó el taxista más amable del mundo, un afgano que lleva 15 años viviendo allí, le conté que me iba y con todo el sentido de hermandad del mundo tomó la ruta panorámica para ver la universidad desde Bristol Road, el Cannon Hill Park y las calles del centro. Cuando llegamos a la estación pensé que la ciudad se despedía de mí con su mejor faceta, la amabilidad de su gente. Por supuesto que no fue así, el taxista me cobró el doble de lo normal. Ninguno de mis argumentos fue escuchado y el autobús se me iba. Pagué y dejé Birmingham, que seguirá peleando por ser considerada atractiva y amable.

Monday, May 12, 2008

Café Tacvba en Londres

Lo colectivo es la expresión máxima de la identidad, si somos muchos y tenemos algo en común, reafirmamos ese lazo que puede derribar barreras de género, lengua o clase social por el sólo hecho de compartir un gusto, una condición, un culto. Hace una semana, esa borrosa y múltiple colectividad que llamamos América Latina y en particular México, tomó por asalto el Barbican de Londres, el motivo, el concierto de la banda más famosa que haya alumbrado Ciudad Satélite: Café Tacuba.

Descubrí al Café una lejana noche de mis pubertos once años cuando escuché una canción que hablaba de un tal Carlos y su amor imposible por Mariana; mi hermana Lucy después me explicó que su letra delineaba la historia escrita por José Emilio Pacheco en su libro Las Batallas en el Desierto. A partir de entonces operó en mí ese proceso por el que uno se vuelve fan, es decir, conocedor de todas la letras, seguidor de giras, creyente y negador de cualquier crítica contra algo que uno considera propio; aunque tampoco caí en ese segmento de los fans-fundamentalistas que pueden vender un auto para ir a un concierto en primera fila. Los vi en condiciones tan extremas como el Zócalo o el Bulldog, o tan memorables como sus 15 años en el palacio de los rebotes.

Sin embargo verlos en el extranjero es radicalmente distinto. Ese sábado el Barbican no sólo fue tomado por un horda de fanáticos sino también por un ejército movido por la nostalgia hacia los chilaquiles y las enchiladas de mole, a los mojitos, al pisco, al mate. América Latina fue a escucharse, a sentirse y a encontrarse, más allá de la música, muchos fueron a a buscar ese ritual en que uno pertenece y es, libremente, en su propio idioma y con su alegría innata. Un pedacito de eso que algunos llaman cultura. El delirio de escucharnos en sus canciones duró dos horas, incluyendo la salida anticipada para provocar los coros de ¡otra otra! y una invitación a las asistentas para brincar al escenario y cantar y semi-secuestrar a Rubén el cantante.

Hacia la salida el sentimiento latino explotó con un grupo que tocaba cumbia en el enorme hall del Barbican y los que no tuvieron suficiente con el café siguieron en el éxtasis de la pertenencia bailando hasta las doce la noche. Después, en la salida, todos regresaríamos a Inglaterra, a pelearnos con el inglés y a ser otra vez como no somos, entre estos ingleses cuyas máximas emociones en un concierto son expresadas por medio de moderados aplausos. Y sí, al final sentí un poco el home sickness, sobre todo después de la última canción, dedicada a los que estamos por acá, voluntaria o involuntariamente, y que hemos dejado un país que a estas alturas aún nos espera: El cover de Como te extraño mi amor

Y aquí la canción, por buena vibra y sí, porque soy fansss...


Thursday, May 01, 2008

Cambios inesperados

Estaba por escribir un post todo intenso sobre lo que está pasando en México, si el petróleo va a servir para pagar los favores de la deprimente campaña electoral de Calderón, si López Obrador sigue representando a ese México que muchos se niegan a ver, si mi generación y todas las generaciones que vienen después de los ochentas permanecen sumergidas en un aletargamiento de indiferencia, cuando sonó mi celular. Y así, en tres frases, cambiaron los planes, la posibilidad de regresar, la incertidumbre sobre el futuro y todos los malviajes que generaban mi inminente desempleo en uno de los países más caros del mundo. El martes pasado me ofrecieron una chamba y sin más dije que sí, que puedo empezar la siguiente semana en Londres, no importa que no tenga un lugar para vivir, quería trabajar en desarrollo sustentable y por más de seis meses me aferré a la idea con toda mi necedad. Después de esa presión por estar exiliado de algo que quería hacer por fin terminó la espera, ahora quedan 5 días para cambiarme de ciudad, encontrar una casa y trabajar para una empresa que importa algodón basada en la política de Comercio Justo. Pronto escribiré más, ahora que no debo llenar aburridísimas aplicaciones y explicar los motivos por los que merezco una entrevista de trabajo habrá tiempo para fotos y por supuesto, para vivir Londres como es debido...