Saturday, November 13, 2010

Kuala Lumpur

Todo comenzó con una llamada telefónica de mi ahora ex-jefa preguntándome como lidiaba con el jet lag… Por supuesto me solté a decir que en mi experiencia tomar agua, dormir en las horas del lugar al que llegas, etc. Me interrumpió a la mitad diciendo que siempre tengo un discurso para todo, al menos sé improvisar. “Pues te vas a Malasia” me dijo y allí comenzó el viaje. Había tres formas de llegar aquí, cruzar el Pacífico vía Los Ángeles, por Europa o haciendo un agujero que atravesara la tierra. Al final la más económica fue la segunda así que me mandaron vía Amsterdam por KLM. Ya conté un poco de la reconciliación con Ámsterdam. Cuando terminó esa luna de miel de seis horas volví al avión para las 12 que faltaban para Malasia.

Me da miedo volar. He tenido la fortuna de tomar varios aviones en mi vida, pero siempre me asusta la idea de ir en una caja a 10 mil metros de altura. Estábamos a punto de despegar cuando la azafata de KLM anunció que había una falla técnica y nos retrasaríamos media hora. Sinceramente pensé en bajarme. Visualicé el avión en llamas cayendo sobre una montaña de Asia y me vi a salvo gracias a mi cobardía en Holanda. Me sudaban las manos y no dejaba de pensar en las posibilidades de lo funesto. Finalmente me armé de valor y soporté doce horas de turbulencias, la falla técnica –afortunadamente- estaba en la consola de videos, que se reiniciaba continuamente. Si hubiera sido en los motores no estaría escribiendo estas palabras.

Kuala Lumpur me pareció una ciudad enorme y moderna. Llegué directamente al registro en el Times Square y apenas tuve tiempo de salir al mal de doce pisos del que forma parte. Me impresiona la manera en que los asiáticos han adoptado el concepto de consumo inútil, doce pisos de tiendas de baratijas mezcladas con marcas internacionales, cines, una montaña rusa, restaurantes y todo el entretenimiento que uno no necesita agrupado en un edificio monstruoso.

Los siguientes días los pasé en conferencias sobre marketing y desarrollo. Confieso que cada vez me gusta más mi trabajo, así que no me pesó quedarme horas escuchando la experiencia de tanta gente alrededor del mundo que logra cambios significativos en la vida de los demás. Por eso tuve poco tiempo para recorrer todo lo que hubiera querido esta ciudad. Pero sí escapé todos los días, recorrí al menos el Chinatown, Little India, el distrito central, las calles del turismo, los malls de electrónicos. Entre estos barrios hay extensiones enormes, laberintos con sarcófagos de 20 pisos o más donde habita la ciudad. Me impresionó que en las calles, en el laberinto de los multifamiliares no hubiera gente, que cruzara calles y calles vacías sintiendo que la ciudad había sido abandonada de alguna manera. No había ni vendedores ambulantes, ni hordas de niños jugando, ni vagabundos, ni caminantes sin qué hacer que observan con curiosidad el paso de un extranjero como me sucedió en Tailandia. Quizá porque me esperaba que Kuala Lumpur fuera más como Bangkok. Al final lo que encontré fue un lugar con historia muy reciente, con una riqueza cultural que estriba en su mezcla de población china, hindú y su descendencia del colonialismo británico, que le dio una marca definitiva a la ciudad. El tráfico es espantoso y las torres Petronas realmente impresionan. Tristemente no encontré boleto el día que las quería subir así que me quedé como visitante de París sin subir a la Eiffel. Si soy demasiado sincero creo que no es el mayor destino de Asia. Esta noche tomaré el tren de media noche a Singapur. Una aventura inspirada en The Grat Railway Bazaar de Paul Theroux. Pronto contaré como es atravesar Malasia en un vagón sleeper. Ahora que cae la noche es tiempo de salir por una última caminata, sentir la humedad opresiva y el aroma dulce de la comida que se cocina sobre algunas banquetas.

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