Monday, November 15, 2010

Tren de media noche a Singapur

En su gran libro “The great railway bazaar” Paul Theroux narra un viaje larguísimo en tren, teniendo como punto de partida Londres y final en Tokio. Fue un libro inspirador sobre la soledad de un largo viaje y sobre la gente que uno encuentra en esos caminos, que constituye en sí, el viaje. Con ese libro encontré una de mis frases favoritas para los viajes: ‘One always begins to forgive a place as soon as it's left behind’ (uno siempre comienza a perdonar a un lugar tan pronto como lo deja atrás’). Según Thereoux muchas veces los lugares son estériles y poco interesantes, pero llegar allí, platicar con alguien, conocer una historia es lo que constituye el cambio, el traslado de nuestra rutina a otra realidad. Inspirado en ese libro decidí tomar el tren de Kuala Lumpur a Singapur. Tren de media noche el sábado, super sleeper class con ocho horas de duración.

Después de una semana de congreso de mercadotecnia social, junta regional y un taller de métrica, estaba deshecho de cansancio. El sábado terminamos casi a las 7 de la noche, por lo que apenas me dio tiempo de ir a comprar una guía rápida para Singapur, deambular un poco por el mal de 13 pisos de Times Square y sentarme por un café en Starbucks para leer mis mails y hablar a casa. Estaba en eso cuando llegó Dimitri, un brasileño de mi edad que trabaja para World Vision en Sao Paulo. La plática fue desde la vida en Brasil hasta la nueva modalidad de su oficina de trabo desde casa, yo le hablé de Londres, de la maestría y del continuo laberinto de causas y azares que me llevaron hasta Kuala Lumpur. Así llegó el tiempo de partir. Pedí un taxi que tiene un costo de unos 45 pesos y nos adentramos en el tráfico nocturno de KL. Debo reconocer que de las pocas ciudades de Asia que conozco, este es el peor tráfico que he visto. Masivo, totalmente detenido, desesperante, sin solución. Siempre que eso sucede visualizo el peor de los escenarios, llego tarde y pierdo mi tren. Después de mirar el reloj un par de veces el chofer pidió calma e inició una serie de atajos por calles oscuras y recién regadas por la lluvia, atravesamos un laberinto de puestos de comida, un vecindario desierto, una iglesia cristiana y finalmente llegamos a Kuala Lumpur central, donde me esperaba mi tren.

Las estaciones siempre me son evocadoras, las de tren, en un país tan lejano resultan interesantísimas. La sala de espera era enorme, con las habituales líneas de asientos de plástico incomodísimo llenas de hindús, malayos, chinos y uno que otro occidental mochilero. Aún así habíamos unas 100 personas de pie, aguardando el momento en que nos dejaran pasar a los andenes. Dieron las 11:45, las 12 y no nos daban el paso, pensé que me había equivocado de andén e iba a preguntar cuando se abrieron las puertas y la gente corrió como si al final del pasillo hubiera algo distinto al tren deslavado y viejo que nos esperaba. Por el viaje de Theroux me imaginé que el tren tendría un carro comedor lleno de gente interesante, de viajeros que como él atravesaban el mundo sobre rieles o gente como la de su libro. La realidad de los trenes actuales en Malasia es que no hay carro comedor. Me lo dijo un empleado que en sus últimos 10 años no ha visto ese tipo de trenes en el país. Allí vino mi primera decepción. Cuando encontré mi lugar, en una larga hilera de camas en dos niveles, me di cuenta que no había espacio para convivir, ni platicar, ni nada. Debajo de mi ‘cama’ había una inglesa que leía con audífonos puestos, al otro lado del pasillo una señora hindú a la que toda la familia ayudó a trepar y que cayó dormida antes de partir. Los pasajeros llenos de historias estaban allí, pero se las guardaron para el sueño así que cerré la cortina y me acomodé en el microespacio de un pulman nocturno. Debo confesar que dormí bien. Sentí frío en algún momento y en la madrugada el vaivén me hizo ir al baño, por lo que atravesé los pasillos silenciosos y tétricos, que me hicieron pensar en un hospital mal iluminado. Cuando desperté, un oficial de migración me pedía mi pasaporte y pase de entrada. Como pude, abrí los ojos, el sol pegaba de lleno y los hindús, chinos y malayos despertaban con un escándalo de maletas, cosas que se caen, empujones y frases ininteligibles para mí. Singapur me esperaba después de un viaje en tren a la media noche por la península Malaya, una experiencia distinta a lo que esperaba, pero que me dejó una gran sonrisa y los ojos descansados por el sueño que solo los trenes en movimiento pueden lograr.

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