Tuesday, January 23, 2007

París por sus passages

París, tras su abanico de maravillas evidentes, se descubrió como una ciudad íntima, inspiradora, secreta. Más allá de la Torre Eiffel, de Louvre, de sus Champs Elysées que iluminan de belleza la noche de Europa, del Sena y su fluir por la historia, de Notre Dame, del barrio latino, más allá del turismo salvaje y de sus vagones de metro donde la distinción racial evidencia una sociedad que rechaza a sus inmigrantes, encontré un París que nunca imaginé vigente, un París que descifré con las claves de un cuento y de sus Passages.

¿Puede la literatura sustituir a la guía de Lonely Planet? Aquel día, orientado únicamente por un mapa y los apuntes sobre un cuento de Julio Cortázar –El otro cielo– caminé por un París profundo, que casi sospechaba inventado.

Sin ninguna referencia salvo los nombres de los pasajes a través del cuento y algunas indicaciones de calles encontradas en Google, salí del metro Pyramides y caminé hacia el barrio de Montmartre por la Av d’L Opera hasta la rué des Petit Champs y allí doblé en la rué Richeleu buscando una puerta a través de sus negocios y sus vitrinas. El Pasagge des Princes fue la primera revelación. Después de imaginar cierta sordidez por el tejido del cuento –la noche y sus prostitutas– un pasaje lleno de jugueterías revela una vez más la genialidad de El Otro Cielo. Sus baldosas como tablero de ajedrez, iluminadas por un sol que se filtra en un amplio vitral, las vitrinas repletas de juguetes y los parisinos envolviendo los regalos de Navidad caminando sin prisa trazaron los primeros atisbos para descifrar a Cortázar.

Siguiendo el final del pasaje, la rué Pelletier lleva hasta Notre Dame de Lorette, una iglesia cuya belleza abandonada bifurca con la rué Montmartre, refugio de la siguiente galería. El Passage Verdeu, alberga librerías de viejo, tiendas para dibujantes y pintores, galerías y tiendas de arte; su silencio, sus visitantes asiduos, pintores quizá, su cielo de vidrios opacos fluyen hacia el siguiente pasaje, situado en la acera contraria. El Passage Jouffrey, poblado de librerías nuevas, de tiendas de antigüedades y pastelerías luce una renovación que lo ha despojado de cierto misticismo, sin embargo, en su salida por el boulevard Montmartre se encuentra, oculto y con un halo de misterio el Museé Grevin, uno de los museos de cera más antiguos del mundo.

Basta cruzar la calle una vez para encontrar el Passage Panoramas. Detrás de sus vitrinas polvosas se encuentran anticuarios, tiendas antiquísimas de filatelia y numismática, galerías de mapas y restauración de documentos, oficinas donde detectives de la historia elaboran árboles genealógicos, ínfimos cafés y restaurantes. A la mitad del pasaje una ramificación marca con un letrero la entrada para los artistas del Theatre des Varietes. El teatro sirve de inspiración para encontrar el mejor café que encontré en la ciudad luz, el Bar des Varietes: absolutamente antiguo, evocador, oscuro, barato, íntimo. En sus asientos roídos por el tiempo y su cerveza amarga comprendí que por los passages no deambularon prostitutas asustadas por la sombra de un asesino en serie; simplemente son otro cielo, uno libre a interpretaciones personales y a todos los mundos que puedan caber entre libros polvosos y documentos amarillos.


Su paso relajado, el comercio como forma de vida por su trato humano, la lectura, la caminata por puro placer, son lo opuesto al vacío y aséptico ambiente de cualquier mall. Como en el final del cuento, ese otro cielo, esa intimidad, ese aire místico, se oponen y se opondrán por siempre, a la inevitable realidad.

























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