Wednesday, January 09, 2008

Deutschland express

Mis primeros conocimientos de Alemania llegaron a mí por medio de un calendario que Raymundo me trajo por ahi de 1990 junto con un sobrecito blanco que contenia una piedra pintada con spray: un pedacito del recien derrumbado muro de Berlin. Aquellos objetos definieron lo que por mucho tiempo sería mi idea sobre Alemania: un país con paisajes medievales y una ciudad donde la gente habia derrumbado un muro que de alguna manera bloqueaba la luz solar.

Ahora creo que aquellas divagaciones no estaban tan alejadas de la realidad.

Y con esto no quiero decir que los que padecieron las calamidades del socialismo fueran iluminados por el resplandor de las tiendas en el lado oeste de Checkpoint Charlie.

Pero no empezaré por el final. Si uno tiene tres días para recorrer un país y dos ciudades el principal elemento es la velocidad. Así que desde que nos bajamos del avión en Munich dimos prioridad movernos con rapidez para encontrar un hotel y salir a caminar. Ya en el centro de esa ciudad no había más que acelerar el paso, el ambiente estaba a -6º y con semejante temperatura uno no puede pasear como por la alameda. Munich me sorprendió por su belleza reconstruida, por sus mercados de navidad, por la delicia del chocolate caliente con pastel cuando uno escapa del frío atroz para refugiarse en una cafetería. Caminamos, perdimos a mi mamá, compramos ropa, comimos salchichas con cerveza, nos helamos y salimos una mañana igual de helada en el tren de alta velocidad a Berlín, que nos esperaba a la mañana siguiente.

Berlín es otra historia, por su historia misma, por la desgracia de ser el punto en el que el mundo se dividía, por su destrucción y por la memoria del pasado atroz. Porque a pesar de sí misma, Berlín ha escapado de todas sus condenas y basta salir a la calle para sentir la vibra de una ciudad que irradia energía, cultura, música, paisaje y claro, prosperidad. Salimos del metro y fuimos directamente a Potsdamer Platz y desde ahí hasta el Reichstag, cruzamos el silencioso memorial de los judíos europeos asesinados, atravesamos la puerta de Brandemburgo y caminamos hasta Checkpoint Charlie que sirvió de paso entre las dos Alemanias durante la guerra fría . Pero no sentí un Berlín como el que se percibe al caminar junto a los despojos del muro. Tristemente el graffiti se ha deslavado y vuelto a pintar con plumones de todos los turistas del mundo, pero el muro está allí y su recuerdo y su tristeza y la sombra del pasado están allí al lado de uno, que sólo tiene que estirar la mano para sentir un poquito la opresión en la garganta por lo que ese pedazo de pared representó.

Amé el sonido de la ciudad, los eventos, las fiestas anunciadas en todas las paredes, los perros acompañando a sus dueños en los centros comerciales, los cafés y las galerías. El único defecto de Berlín es su idioma, del que sólo conozco “danke” [gracias] o el “hallo” con la letra “o” tan acentuada. El país que imaginé desde niño era mucho mejor, mucho más vivo, culto, sofisticado y amable de lo que un pedacito de piedra me hizo imaginar a los 9 años.

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