Wednesday, February 28, 2007

Última estación, Barcelona

Barcelona me intrigaba por su gente, por su música, por sus artistas, por mi personal devoción al cine de Almodóvar, por la guerra civil. Después de un tren perdido tras la cruda del año nuevo y de horas de búsqueda de transporte alternativo no nos quedó más que viajar en primera clase en el Renfe-Ave (el tren bala español) y ser atendidos por un equipo de azafatos terrestres mientras atravesábamos la península ibérica a 280 km/hora. Todo tiene un precio. Tuvimos como vecinos a una familia de cubanos-americanos-miami que no pararon de exhibir lo peor de todas las culturas: una mezcla de jackass, britney spears (estupidez y esquizofrenia incluidas) y reaggeton. Si la tripulación hubiera decidido lanzarlos a las vías en aquel delirio de velocidad habríamos votado a favor.

Afortunadamente la noche de la Rambla hizo que todo valiera la pena. Ni un incidente en que fui casi víctima de un carterista catalán quitan brillo a esa primera impresión de Barcelona. Temperatura humana (unos 13 grados), gente en la calle hasta las 4 de la mañana, vendedores ilegales de cerveza, prostitutas, borrachos, trasvestis, turistas, músicos, catalanes, y puestos de flores se mezclan en ese corredor por el cual se entiende un poco mejor el significado de esa ciudad y de su fiesta.

A la mañana siguiente caminamos hasta la marina, el edificio de aduanas y el monumento a Colón. El Mediterráneo estaba allí, pleno de sol, delineando en sus el sur de Europa. A partir de allí el el trayecto se llena de Gaudí, de callejones extraordinarios, de personajes de novela y piedras tan humanas que casi parecen hablar. Miramos la catedral, el casco antigua, Santa María del Mar, la Sagrada Familia, el Qadrat d'Or...

El día terminó en el Mercat de Sant Josep o de Boquerías donde encontramos una fantástica tienda de productos mexicanos. Europa nos despidió con latas de frijoles La Costeña, Salsa Valentina y harina Maseca...









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