Thursday, June 14, 2007

Lisboa

Si las ciudades pueden ser imaginadas por las obras de sus escritores, quien haya leído a Saramago deberá tener al menos una vaga idea de lo que significa o podría ser Lisboa. Sin embargo, al contrario de lo que sucede con París y Cortázar, o Londres y Orwell, Lisboa resulta demasiado diferente a lo que uno imagina leyendo a José Saramago. Por supuesto que cada quién tiene una lectura propia, sin embargo, Lisboa resultó mucho más bella y evocadora de lo que había imaginado. Sus calles, sus tranvías, su arquitectura antigua, le otorgan un aire de nostalgia antigua, de amor triste, de olvido renovado que no he encontrado en otra ciudad europea.

En un desesperado intento por disfrutar de un día de playa y sol escapamos a dos pueblos cercanos, primero Sintra, donde se encuentra un fantástico castillo moro en la altura de una montaña tan complicada que lo volvió no sólo inmune a los ataques enemigos, sino a cualquier uso práctico y terminó siendo abandonado hace unos 3 siglos. Después de un bus y otra comida extraordinaria llegamos a CasCais, una pequeña ciudad con playa y hordas de turistas de la tercera edad europea. Desafortunadamente la lluvia y lo frío del mar hicieron imposible cualquier intento de mirar desde una hamaca la puesta del sol.


Esa noche, ya en Lisboa, fuimos en búsqueda del fado (música tradicional portuguesa) al barrio de Alfama. Esta vez la guía de lonely planet falló, sin embargo bastó preguntar a una señora que pasaba por allí para que nos llevara casi de la mano a un barecito perdido entre callejones. Aquel bar con olor a humo y sonido de guitarras, fue uno de los mejores que conocí en Portugal. Si uno quiere olvidar una pena sin hacer escala en cantinas con sonido de marichi, vaya a Lisboa, busque el barrio de Alfama, y piérdase en los lugares donde cada noche el fado le da voz a cualquier tristeza que necesite ser ahogada con música, tinto y cerveza.

El día siguiente caminamos y caminamos, los barrios de Belém, Bairro Alto y Baixa. De niño, miré en un libro llamado "hombres que cambiaron al mundo" la estatua del infante D. Henrique y el monumento a los descubridores portugueses; por aquel entonces imaginé a Portugal como una tierra de marineros y hombres que usaban sombreros de piratas. Esa mañana desde el tranvía que llevaba al barrio de Belém, divisé el monumento que me impresionó cuando tenía ocho años; casi me ganó la emoción cuando estuvimos allí, afortunadamente los atinados comentarios del hermano y Daniela me recordaron que esos descubrimientos representan aún hoy la ruina de África y el sur de Asia...

Al caer la noche salimos rumbo a Sevilla, en España. Atrás quedó Portugal y su personalidad única, su economía que no despega, su pobreza que muestra aún los rezagos de Europa y su lenta adaptación al sistema de vida de sus vecinos desarrollados. En 'La balsa de pieda', José Saramago habla de un país que se separa del continente y navega por el Atlántico sin que el desprendimiento tenga mayores consecuencias para el continente. Portugal aún se siente ajeno a lo que entendemos por Europa; por lo que será interesante regresar pronto y ver los cambios que cause en su cultura la integración al continente.












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