Ni siquiera sentí el despegue. Desperté ante el anuncio de aterrizaje, pero como los vuelos hiperbaratos de Ryan Air no dan para asientos reclinables uno no se molesta ni en enderezar su sillón. Esta vez la expedición la conformamos el hermano Juan, su amiga Agnieska de Polonia, Daniela y yo. La primera impresión de Portugal fue la temperatura, unos buenos 23 grados tan añorados por la piel. Como despegamos a las 6:15 de la madrugada y no tuvimos tiempo de desayunar, la decisión, antes de hostal o cualquier cosa fue ir directamente al mercado do Bolhão, en el centro de Oporto. Feijoada y sardinas fritas en el mercadito que rebosaba de gritos y ruidos que sólo se pueden encontrar en las culturas latinas.
Para hablar de Oporto se debe caminar, más que caminar, escalar. Desafortunadamente la vejez estuvo a punto de alcanzarme -un accidente en la tina del amigo Iván casi me causa un esguince en el tobillo- por lo que los empinados callejones fueron todo un reto. Nada que un cóctel de drogas antinflamatorias no pudieran resolver. La primer sensación de Oporto, además de sus callejones y altos edificios es la ropa tendida afuera de las ventanas, en lo que imagino una muestra colectiva de identidad, si uno no tiende su ropa con vista a la calle, no es portugués. Ya en pleno recorrido escalamos hacia la catedral, caminamos por
Portugal plantea muchas ventajas comparado con otros países del rumbo. En primera es el destino más barato de Europa; en segunda, la banda es cálida, amable hasta con los que en vez de responder a su agradable acento con nuestro español natal, balbuceamos respuestas en inglés; tercera, la comida es excelente: muchos mariscos, pescados, buena carne de cerdo y res, hasta el pollo que personalmente detesto me supo decente. Por la noche regresamos a la Ribeira, habíamos caminado como perros y nuestra propuesta de volver a escalar el puente provocó una crisis de estupefacción a nuestra compañera polaca, seguramente ahora tiene la idea de que los mexicanos somos como los nepaleses: cabras monteses genuinas.
Poco antes de partir, decidimos treparnos al tour de una casa dedicada a la fabricación de vinos, especialmente el Oporto, que debe su nombre a la región. Recorrimos bodegas de barriles en un tour aburridísimo, rodeados por toda la tercera edad de los países desarrollados (¿Quién quiere ir a recorrer las húmedas y oscuras barricas con tremendo sol?). Pero llegó la recompensa: la degustación de todas las variedades que nos pudieron servir, Oporto blanco, 1990, 2000, todas las cosechas que pudimos beber. Una vez afuera y ya lejos del delirio de viejitos europeos y gringos consumiendo todo lo que les ofrecían, nos encaminamos a tomar un bus hacia el sur, el destino: Coimbra...
2 comments:
Sin duda unas fotos preciosas de Oporto, que relajación al verlas. Esto solo lo consigue un buen fotógrafo. Un saludo
Hola!
Muy buena descripción del viaje!
Oporto es sin duda una ciudad maravillosa!
Pero, como lisboeta, no podia dejar de decir que Lisboa es todavia más maravillosa! ;)
Si visitais lisboa os recomiendo visitar mi blog. Despues de tantos consejos de sitios donde ir fuera del circuito turistico a mis amigos españoles, he decidido ponerlo todo aqui:
http://lisboaparaespanoles.blogspot.com
Saludos y... a viajar!
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