Friday, July 20, 2007

La noche con los migrantes

Salgo de la oficina de GHRE (Organización de derechos humanos y salud por sus siglas en inglés) cuando Myat Thu me llama al celular. Él y la banda de Burma que trabaja en GHRE me han invitado a cenar en la oficina de InSIGHT OUT, que también les sirve de casa y llama para preguntarme si bebo cerveza o algo más fuerte. Por supuesto que me da pena decir cerveza o ron, o lo que sea, porque sé que no aceptarán que pague por lo que compren, su amabilidad resulta en un decreto que debe aceptar el invitado. Camino los 10 minutos que separan la oficina de su casa temporal. Apenas llego, su condición de inmigrantes ilegales es más que evidente, son cinco hombres jóvenes, todas sus pertenencias: colchonetas, ropa, ahorros, están listos para desaparecer ante la más mínima amenaza de redada policial. Todos duermen en el piso y después de las 11 de la noche se prohíbe cualquier ruido que pudiera llevar a los vecinos a denunciarlos. Comemos en el piso también, alrededor de una mesita con seis platitos diferentes con mínimas raciones de pescado frito, pierna de cerdo, ensalada picante, una montaña de arroz hervido, otra de arroz dulce, y un guisado de cerdo que se parece tremendamente a las “mantequitas” que venden en los puestos de las añoradas carnitas mexicanas. En el centro una botella de Whisky, hielo y agua mineral. Cada quien se sirve una cucharada de guisado y todo el arroz posible para acompañar, como es de esperarse, nuevamente enfrento su amabilidad extrema que pretende que yo me sirva raciones tres veces más grandes, dejando vacíos los diminutos platos; finalmente logro negarme y tener una repartición equitativa de comida.

Hablamos de las complicaciones de la clandestinidad, de la policía –esa misma tarde estuve a punto de ser llevado a la cárcel de Phuket por fotografiar una redada antiinmigrante en un mercado de Phang-Nga–, de los mexicanos en Estados Unidos, de la discriminación, de la ley marcial que absurdamente prohíbe a los de Burma salir de sus casa después de la 7:30 de la noche bajo amenaza de deportación. Desafortunadamente no tengo más poder que el de mis opiniones y la indignación a un sistema que explota y reprime los que salen de su país por una de las más antiguas esperanzas que mueven al ser humano: la de vivir en un lugar mejor. Todos son casi de mi edad, entre 22 y 28 años, todos estudiaron al menos un año de universidad en la universidad de Rangoon, capital de Burma, todos escaparon de un absurdo y cruel sistema militar que aún en estos momentos no permite a sus ciudadanos el libre acceso a internet. Ante ellos todas mis preocupaciones económicas palidecen. Uno de los fotógrafos que colaboran con InSIGHT OUT me dijo en una entrevista que lo más importante que entendió fue la pequeñez de sus problemas al lado de futuros tan inciertos como el de los niños inmigrantes.

Terminamos la botella y la comida. Me despido y ante la pregunta de cuándo volveré no tengo respuesta. Como ellos yo también vengo de un mundo de oportunidades limitadas y grandes injusticias, pero a donde quiero volver. Así que me despido de todos con un abrazo de amistad genuina y sincera. La casa de los migrantes queda rápidamente atrás. No sé si nos volveremos a ver, pero como otros, he entendido la mínima dimensión de mis problemas y la increíble capacidad del ser humano para hermanarse con aquellos que unos días antes eran absolutos desconocidos. En el camino a mi casa el sonido de la vida es abrumador. Definitivamente Asia se escucha diferente, alguna vez escuché el rumor de la selva yucateca, la vegetación veracruzana, la noche de los insectos en Tabasco. En Asia hay otra música, otra fauna donde grillos y sapos de tamaños perturbadores cantan a una tierra en la que aún habitan tigres y elefantes. Antes de dormir miro mi noche absolutamente despejada, a unas casas de allí, en otro silencio, un escenario nocturno es radicalmente distinto, allí la incertidumbre de la realidad debe mezclarse con las nostalgias por un nombre tan evocador como Rangoon y la esperanza por un mundo mejor pervive en las fuerzas diarias para soportar, para luchar contra lo que no es justo, para mirar con buenos ojos, su noche como migrantes.

1 comment:

La lengua de Plutarco said...

Que buena crónica, me gusta... En el momento que te dejes de indignar, en ese momento habrás aceptado la injusticia, eso leí en una pinta, en una calle de Chiapas hece años... que bueno que te enojes y te sensibilices... T. A.